Es un poco fastidioso que la exclusiva del patriotismo la tengan los nacionalistas grandes o pequeños. Pero eso es un síntoma del triunfo del liberalismo, que se ha salido con la suya: no hay nada entre el individuo y el estado. No hay ninguna comunidad, ni grande ni chica, que merezca ser llamada patria aparte de eso que llamamos Estado. Unos se aferran al estado vigente por más que sea un estado renqueante. Otros presumen de patriotismo soñando con un estado que no tienen, pero que sería igual de renqueante que cualquiera de los otros si lograran ponerlo en marcha. Y no falta quien, por elevación, ya empieza a pensar en un patriotismo constitucional europeo acudiendo a tapar con un error más abultado los errores de andar por casa.
El patriotismo es una virtud que se empobrece tremendamente si queda únicamente constreñida a la comunidad estatal. Las familias, los cuerpos intermedios, los municipios, las regiones, los colectivos profesionales, las empresas… toda comunidad humana debería tener su propio patriotismo. Que es tanto como decir su propia identidad, su propia personalidad, su propia manera de afrontar los problemas de la vida y salir de ellos, hermanando a los hijos de la misma patria -gens libera state- , codo con codo.