No hay cosa más complicada que una frontera. Quien sepa un poquillo de historia será consciente de que las mugas, cuanto menos se muevan, mejor. Han costado demasiada sangre. Ahora que ya no hay contrabandistas no afectan tanto a la vida cotidiana. Y para la vida oficial, la que se rige por el reparto de la tarta territorial entre los distintos administradores, no hay nada mejor que saber en cada momento hasta dónde llega la jurisdicción de cada uno.
En la España de hoy el mapa autonómico todavía no está cerrado. De vez en cuando se oyen algunas voces que reclaman algún que otro cambio fronterizo en León, en Castro Urdiales, en Treviño, en la franja catalanoparlante de Aragón, en la isla Perejil… Los nacionalismos tienen eso, que se mueren por los mapas… y que a veces hasta matan por ellos. Como los cavernícolas que conjuraban a los bisontes dibujándolos en la pared se aferran a ese misterioso resorte psicológico que asocia mágicamente el dibujo a la realidad. Como si por el hecho de ser dibujado ya empezara a ser real. Ojo con esta superstición mapista. Que no se nos pegue.
En nuestra Navarra, gracias a Dios, hace mucho tiempo que no tenemos problemas de ese tipo. Petilla es nuestra y nadie lo discute. Ni siquiera nos tienta el viejo ofrecimiento de la salida al mar por Fuenterrabia. Quienes pretenden la anexión de Navarra al proyecto nacionalista vasquista dicen que la quieren entera. Eso dicen.
Pero hay otras fronteras, las interiores, que como los huesos en el cuerpo aportan consistencia al conjunto evitando su desmembramiento. Y es en este capítulo en el que andamos un poco descalcificados. Las cinco Merindades centenarias no han podido ser sustituidas ni por zonas, ni por comarcas, ni por mancomunidades ¿Habrá sido un error eliminarlas?. Cada departamento de la Diputación utiliza una estructura territorial diferente. He aquí una asignatura pendiente que no ayuda a corregir algunos desequilibrios peligrosos, y caros. Ojalá que pronto demos con la solución.
Jerónimo Erro