Eso de acordar un cambio en la constitución, en pleno agosto, justo después de recibir un toque franco-alemán, dice muy poco en favor del glorioso régimen soberano “que nos hemos dado todos los españoles”. Por lo que parece PSOE y PP quisieran hacer algún pequeño retoque de noche y sin ruido, sin testigos, como quien saca un muerto incómodo de la casa.
Lo que pasa es que están hablando, una vez más, de abrir el melón de las reformas constitucionales sin tolerar el menor debate al respecto. Si nos dejaran opinar la inmensa mayoría de los navarros pediríamos la supresión de la disposición transitoria cuarta, que ya está bien de transitoriedad. Y eso por no hablar de otras reformas posibles y deseables que sería prolijo enumerar ahora.
En cuanto al contenido concreto de la reforma que se proponen ¿hasta qué punto es preciso hacer que la ley prohíba el desequilibrio? ¿No es algo tan absurdo como lo sería prohibir que se arrojen piedras sobre el propio tejado?. Si alguien lo hace pagará las consecuencias, porque todo desequilibrio, tarde o temprano, acaba haciendo daño. El problema del sistema constitucional, lo que realmente habría que cambiar, es que cada partido turnante va a lo suyo, que no hay políticas de estado, que el patriotismo nace y muere en cada legislatura, que no se mira por el bien de las generaciones venideras.