Es algo más que adelgazar el Estado

Ya se que me dirán que esto que voy a decir es teoría pura y dura. Pero ya saben el pensar de Chesterton: «no hay nada tan práctico como una buena teoría». Me conformo pues con que nos pongamos a pensar si nos interesa que siga existiendo el Estado. Una máquina inhumana creada por los humanos para poner orden. Un golem que se nos ha ido de las manos. Un mal menor creado artificialmente en la Europa del siglo XVI para pacificar el encrespado ambiente de las guerras de religión, que empezó provisional y se nos ha hecho eterno. O ya veremos, porque tiene los pies de barro y bien lo sabemos los navarros que lo hemos visto nacer y engordar. En Navarra, mucho antes de que se inventara el Estado existía ya la foralidad que era, según definición del maestro Alvaro d’Ors «el principio por el que las instancias populares de distinto nivel se ordenan bajo la
protección de los reyes». Es decir, lo que después se ha llamado principio de subsidiariedad. No había Estado, y la vida era sin embargo posible, y hasta podía ser complicada. El pueblo navarro era gobernado no por un Estado sino por un ser humano. Y el rey no se parecía en nada al tirano que ahora nos conduce; en primer lugar porque no se consideraba tan soberano como para redactar otros diez mandamientos alternativos. Y además porque había un pacto de por medio.
Todo esto parece que no lo han pensado algunos de los que fueron feroces partidarios del invento estatal y que ahora no lo son tanto. Racionalistas, laicistas, escépticos y naturalistas están muy preocupados porque ven que el Estado es ahora como un agujero negro liberticida que absorbe de forma ciega todas las libertades que roza. «No es esto -dicen-, no es esto». Y no saben qué hacer para volver a ser libres porque entregaron toda la soberanía en manos del Estado y ya no creen ni en la divina, ni en la del pueblo.

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