Es un drama silencioso pero evidente. Somos como somos y estamos como estamos en una gran medida porque así nos ha puesto la píldora. Ella ha trastocado en gran medida el papel de la mujer en la sociedad, haciendo posible un feminismo ideológico que no es que sea injusto: es que está alejado de la realidad. Y sustentado por la química. Hablo de la píldora pero no de «la del día después», que esa ya es el colmo, sino de la pobre, la inocente, la trivial píldorita anticonceptiva. Ella es la responsable de que nuestra pirámide demográfica ya no sea una pirámide. De que estemos en todo Occidente muy por debajo de la renovación generacional. Los que la han defendido, promovido, tolerado y bendecido durante las últimas décadas no saben qué es lo que han hecho. Catolicísimos muchos de ellos fueron más papistas que el papa y se atrevieron a decir que chocheaba el Pontífice cuando pedía una sexualidad natural y ecológica. En vez de hacer caso a la voz de la sabiduría moral prefirieron ir por libre, de la mano de la química farmacéutica, y atiborrar a sus mujeres de comprimidos hormonales no menos criminales que el dopaje deportivo. ¿Y cuál es el resultado? Pregunte por ahí. Pregúntese a sí mismo si esa teoría de los embarazos deseados o no deseados es o no es «jugar a dioses». La píldora está hoy como estaba el tabaco hace algunos años ¿cuándo empezarán a contarnos sus efectos secundarios y sus daños colaterales? Tengo para mí que lo que pendía de las ramas del árbol prohibido no eran manzanas, sino pildoritas.
Un comentario
Nada que añadir; viva lo políticamente incorrecto