Como si fuera un viejecito ilustre y pensionista. Como si solo fuera la cuna de nuestra civilización. Como si viviéramos del aire y ya no necesitáramos pan para nuestros hijos. Como si fuera algo normal trabajar la tierra o los ganados por menos que por amor al arte. Hemos pasado de la agricultura de subsistencia a la subsistencia (subvencionada) de la agricultura. Y lo sobrellevamos como si alguien nos hubiera dado una explicación razonable para sostener el modelo actual del agro. Como si la inercia de la memoria agrícola -«labrador era mi padre…»- fuera suficiente para mantener una situación absurda. Sospecho que la crisis del sector primario, de nuestras propias raíces físicas como sociedad, es más profunda de lo que pensamos. No creo que sea cuestión de alargar las subvenciones o de pagar por no producir. Lo que creo es que todos los cerebros pensantes, todos los economistas, todos los universitarios, debieran estar día y noche dándole vueltas a estas preguntas hasta dar con algunas respuestas: ¿hacia dónde se dirige la agricultura? ¿qué pasará si sigue reduciéndose? ¿volverá la esclavitud pagana o colonial para hacer rentable el trabajo agrícola? ¿Acabarán todos los trabajadores del campo siendo asalariados de grandes multinacionales latifundistas? ¿Hasta dónde seguiremos perdiendo núcleos de población, y senderos, y toponimia, y variedades agrarias locales? ¿Habrá alguna forma de hacer que las cooperativas agrícolas profundicen cooperativamente no solo en la producción sino también en la distribución y venta de sus frutos? Creo que ha sido un acierto dedicar la medalla de oro de Navarra a las cooperativas y a la UAGN. Ahora solamente hace falta que les dediquemos un poco más de atención.