La irrupción del Ébola ha sido tan inesperada, que inmediatamente provocó pánico y mostró lo peor de muchos: oportunismo político y sindical; crítica desaforada de tanto periodista «especialista»; torpeza y zafiedad del consejero madrileño, etc. Todo con un telón de fondo negro, muy negro como son los millones de parados, la falta de confianza de la juventud en su futuro, unido a la propia crisis del sistema democrático, hundido por la corrupción, los golpes del independentismo, etc., produce lógicamente un profundo desasosiego ciudadano.
Hasta hora las sociedades occidentales parecían seguras y suficientes, pero vemos que siguen angustiadas por el miedo a la muerte, a la enfermedad y a la vejez. En nuestras sociedades occidentales existe obsesión por la salud, vemos un problema médico a cada momento. Muchos al comer hablan de grasas y calorías, masticamos lentamente porque es lo mejor e incluso beben vino por mejorar la flexibilidad de las arterías.
Hoy en el colmo de la “modernidad” de nuestra sociedad de consumo, el no ser feliz para muchos es lo que resulta inmoral, incluso nos sentimos culpables por no estar bien. La felicidad se contempla como cuasi obligatoria y para complicar aún más las cosas, hoy todo está muy unido incluso con la apariencia, con la imagen, porque hoy ya no basta con ser rico = felicidad, sino que hay que parecer que se posee una buena forma física.
El hombre moderno siempre está huyendo de algo, todos somos inválidos potenciales que miramos con espanto los kilos de más, el ritmo cardiaco o la elasticidad de la piel. Hoy ya no nos asustan las llamas del Infierno, pero si el que nuestro aspecto se ablande. El descuidarnos nos convierte en decadentes e inclulso en apestosos socialmente.
Hoy con el ébola estamos asustados en exceso, pero hasta que no nos ha llamado a la puerta de casa no nos hemos empeñado en buscar una vacuna, hay otras enfermedades como la malaria que son incluso mucho más mortales. Pero no lo queremos ver, solamente vemos parcialmente las cosas. En cualquier caso enhorabuena a Teresa Romero y al equipo del Carlos III.