Con estas tres cosas decía Napoleón que se ganaban las guerras. Pero ahora que no estamos en guerra no parece haber otro lema redundante para nuestros políticos. Todo lo que hacen parece tener relación con el vil metal. O con las viles cuentas de los no menos viles presupuestos. Subvenciones, transferencias, ingresos, deuda, impuestos, presupuestos. Hasta parece que la única manera de ser un mal político hoy en día tiene que ver con el dinero: ser un corrupto. Y me pregunto, ¿es eso todo lo que se puede esperar de un político? ¿que sea un buen contable? ¿no habrá otras maneras de calibrar el bien o el mal que hacen si no es a través de las líneas presupuestarias? Se me dirá que todo está en el presupuesto, que así es como funcionan hoy las cosas, que cualquier idea y no digamos cualquier ideología tiene su traducción inmediata en una suma o una resta sobre los caudales públicos. Pero me niego a creerlo. Porque por esa regla de tres también las empresas, y las familias, y la propia vida personal de cada uno de nosotros tendría que ser encorsetada en forma de dígitos. Sin embargo la experiencia nos enseña que no todo está en los números. Que la gratuidad existe. Que hay gestos, enseñanzas, palabras, ejemplos, ideas, formas de hacer las cosas que se demuestran impagables, invendibles, innegociables. Cosas que permanecen fuera del trapicheo del mercado. Debe ser difícil estar en el club del phaeton y darse cuenta de esto. Tendremos que decírselo.´
Jerónimo Erro