El fondo de todo lo que está ocurriendo es una mezcla de distintos planteamientos y orígenes. Ya nos explicó Hannah Arendt que la autoridad de los padres, es decir, de la familia tradicional, había servido históricamente como modelo para muchas formas de jerarquía y de gobierno, siendo útiles para organizar y sostener una sociedad. Al remover el viejo orden y estigmatizarlo, supuso la debilitación de las relaciones de autoridad y que éstas perdieran su valor. Por eso, en opinión de Arendt, hoy ya no estamos en condiciones de saber lo qué es verdaderamente la autoridad.
Zygmunt Bauman definió a nuestra sociedad como una sociedad líquida, donde vivimos en la transitoriedad, en la desregulación y con una fuerte liberación de los mercados. Los vínculos humanos hoy son mas precarios, más volátiles, donde el amor es flotante y sin responsabilidad, nuestro futuro es bastante oscuro por la debilitación del Estado del Bienestar. Dejamos de vivir en una época de certezas, dejamos atrás una situación de confort y estamos en la obligación de ser libres asumiendo los miedos y angustias que tal libertad comporta. Vivimos en una sociedad global con una cultura laboral de la flexibilidad que arruina toda previsión de futuro. Lógicamente se ha producido una reacción, una necesidad por parte de muchos de buscar certezas y seguridades en los pastos del nacionalismo y del populismo, como otras veces hemos comentado.
Otro aspecto del problema lo definió el profesor Gustavo Bueno, en su libro sobre el Pensamiento Alicia en su crítica a ZP. Denunciando que no es ninguna solución la ingenuidad planteada como la lucha permanente por la tolerancia y el diálogo, es humo de poco valor en un mundo en crisis. Todo este pensamiento nos ofrece la representación de un mundo con un futuro pacífico, feliz y a la mano, pero no nos dice con qué medios podemos conducirnos hacía él.
Hoy por desgracia, brilla el infantilismo el ¡Quiero ser feliz!, el ¡Necesito ser feliz! Y como lo quiero fuertemente lo voy a conseguir, y todo lo que se opone a mis planes es perverso y antidemocrático. Además me guío por unos principios superiores a los de mis adversarios. Como soy pacífico y deseo la paz, no solo tengo razón sino que además todo el mundo me la va a reconocer, porque me autodefino como bueno, pacífico y amo al mundo.
Formar parte de esta secta ideológica les impide ver la realidad tal cual es. No entienden que el proyecto de independencia es inviable y además los arruina, y eso poco tiene que ver con la promesa de conseguir ser ciudadanos felices en un país idílico. Todo parece darles igual a esos casi dos millones de ciudadanos anclados en el voto secesionista, impermeables a la evidencia, subyugados por el mito. Están emocionalmente convencidos, no por una idea sino por una creencia, creen formar parte de un sujeto político e histórico reprimido por la pérfida España a lo largo de los siglos.
El secesionismo es un movimiento metido de hoz y coz en una sociedad eternamente adolescente, por eso no lo tienen nada fácil, porque no ven a la juventud como una fase transitoria de la vida, sino que la idolatran y es su modelo permanente. Les han hecho creer que erradicando en sus mentes el principio de autoridad, de legalidad, de realidad se inmunizan ante los peligros de todo autoritarismo. Ignoran que si esperan sentados en la vía terminaran atropellados por el tren, no piensan que si se saltan un semáforo en rojo les multaran, pretenden que si se sientan delante de la policía en una manifestación no autorizada no les desalojaran con más o menos contundencia, según su actitud más o menos activa.
Los secesionistas interpretan cualquier negativa a sus deseos como autoritarismo. Por desgracia ven en la realidad una imposición; peor aún, una agresión a su existencia. Mientras estén encerrados en ese bucle de autocomplacencia y narcisismo, será muy difícil que entiendan lo que les está pasando. El llamado derecho a decidir es otra de las tontunas del nuevo pensamiento postmoderno. Lo sucedido en Cataluña, demuestra que, ni España ni Europa les apoyan, en consecuencia han perdido el sentido de la realidad y por ende de la Autoridad.
Están convencidos que la posmodernidad significa que no tienen porque aceptar que su vida pueda estar condicionada más allá de sus deseos, individuales o colectivos. Por eso todavía no entienden lo que les ha sucedido con la aplicación del 155, tendrán que pararse a comprobar la incontestable evidencia de la Historia. Balbucean ante el juez que hicieron una aprobación teórica de la DUI para que no les pille la Ley. Pero ¡ojo! mucho cuidado, en el caso de que hubiesen triunfado ellos, todo ese simplismo pacífico y de buen rollito que pregonan hubiera desaparecido y conoceríamos su cara más brutal y supremacista, como la ven y padecen muchos españoles a diario en todos los pueblos y comarcas donde sienten que tienen un apoyo mayoritario y no admiten otro pensamiento distinto al suyo.