Llamamos calle al espacio urbano que queda entre los edificios y creo que no siempre lo valoramos como es debido, como si su carácter público, inhábil para su compra-venta, lo hiciera menos valioso. Hay calles y calles, avenidas, carreteras urbanas, travesías, callejones, cuestas, bajadas, rincones, plazas, paseos. Ahora, en verano, todo lo pisamos más, buscando la frescura de las humanas calles antiguas sin coches o enviando a los muetes a la fresca de las calles del pueblo. En verano se programan cines al aire libre, los futuros candidatos -Ramírez menos- pasean su rostro por la calle en fiesta y algunos se atreven a cambiar el phaeton protector por el simbólico pañuelico. Hay en proporción menos inmigrantes al sol, se amortiza el trabajo del jardinero, se olvidan un poco las rúas artificiales de los centros comerciales. En nuestra urbecita pamplonesa, después del punto álgido del peatonismo que suponen los sanfermines mantenemos cierta vidilla -nada que ver con los hormigueros humanos de la tele- gracias a algunos guiris que deambulan buscando la calle Kalea o un kukuxumuseo que llevarse a la vista. Lo mejor de todo es lo público bien entendido. Ahora que la borroka ha bajado a mínimos históricos -parece- la calle vuelve a ser de todos y de nadie. Nada como la calle refleja el pulso de esta Navarra diversa y bien vestida; próspera y quejica; orgullosa de su pasado y cada vez más americanizada. ¿O no, Goñi?
Jerónimo Erro