Nosotros, que tampoco es que seamos una lumbrera de la macroeconomía, llevamos meses si no años enteros predicando eso de que también la Administración, al igual que han hecho las empresas y los particulares, tiene que apretarse el cinturón. Y ahora, por fin, con el agua del déficit al cuello, hasta los más recalcitrantes empiezan a acariciar la idea. ¿Qué es lo que está fallando para que algo tan evidente como el derroche público sea tan difícil de frenar? Me temo que es el sistema mismo lo que provoca este y otros fallos. Un regimen partitocrático y demagógico en el que el acceso y mantenimiento del poder está -como nunca- relacionado con el «panem et circenses» de todos los tiranos que en el mundo han sido. Digo demagógico y me quedo corto porque hemos llegado a un límite en el que muchas de las prácticas habituales del poder se llevan a cabo sin el menor pudor, sin endulcorar, sin el menor disimulo. Como si el tener un coche oficial de lujo fuera un derecho inherente al servidor político. Como si una comida sencilla en un restaurante humilde no fuera capaz de saciar el apetito de un señor con cargo público.