Los comicios autonómicos andaluces del pasado día 2 de diciembre supusieron un espectáculo de cambio en el panorama político español, sin ninguna duda, debido a la irrupción del partido de derecha anti-establishment VOX en el antiguo Hospital de las Cinco Llagas de la ciudad de Sevilla.
La libre decisión electoral de alrededor de 400.000 andaluces no solo ha servido para sacar de sus casillas al establishment progre-socialdemócrata europeísta así como a nacionalistas periféricos y hordas marxistas, sino para corroborar el sinsentido de la tesis de “la importancia de la no fragmentación del voto de la derecha”.
Con ello, en principio, surge una oportunidad para desbancar al PSOE de Susana Díaz de la Junta de Andalucía, donde el partido en cuestión lleva más de tres décadas gobernando en la región de manera ininterrumpida. El bloque frentepopulista no suma mayoría absoluta, a diferencia del “compuesto” por PP, C’s y VOX, cuyo principal caladero de votos es la derecha sociológica.
No obstante, como bien pronostiqué en su momento, está siendo muy improbable, de una manera no inesperada. Dejando aparte el susanismo de pro que representa la figura regional de Juan Marín, C’s se niega, visto lo visto, a alcanzar pactos de gobernabilidad con un partido al que aprecia como “eurófobo” y “populista”.
Ante ello, uno no debería perder el tiempo sin ir a una de las raíces del problema. No tendría sentido atribuir la esperada decisión, máxime, a actitudes de incoherencia política, a determinados egos o a acomplejamiento para desmantelar el “cortijo socialista andaluz”. Hay más relación con las esencias del partido.
Para comenzar, el partido de Albert Rivera nunca ha sido de centro-derecha o derecha. Nació como una opción política dispuesta a cubrir el nicho dejado por el PSC-PSOE allí en Cataluña, el del centro-izquierda no nacionalista, indispuesto a plegarse al nacional-catalanismo. Rivera estuvo afiliado al sindicato de clase UGT y Juan Carlos Girauta perteneció al PSC.
Nunca han manifestado su compromiso con la familia, la dignidad humana y la libertad de conciencia. Tampoco han propuesto medidas orientadas a la disminución del intervencionismo del Estado en la economía y en la sociedad. Pero, ¿acaso no se trataba de personas que ya dicen ser los “liberales”?
Sí, pero su liberalismo no guarda relación con los Padres Fundadores de los Estados Unidos, sino con el igualitarismo de la Revolución Francesa, la socialdemocracia del Partido Demócrata norteamericano y de Justin Trudeau, y la corriente “isabelina” que dio lugar a lo considerado por algunos como “Estado moderno” (ese ente que a día de hoy es bastante problemático).
En absoluto abogan por defender la tradición y el orden espontáneo en general (tampoco ninguna otra cuestión de subsidiariedad). Eso sí, cierto es que en su día fueron bastante elocuentes a la hora de hacer frente al nacional-catalanismo secesionista en la cámara autonómica catalana.
Ese factor, así como las primerizas apariciones habituales en las tertulias de Intereconomía, una cadena televisiva de derechas, motivaron a muchos españoles a tener simpatías hacia el líder de la formación naranja, más aún vista la cobardía traidora de Mariano Rajoy. Pero C’s también acabó acomplejándose con el tiempo.
Ahora bien, a la hora de defender la Unión Europea, manifiestan un tono bastante pasional, propio de una actitud hiper-eurofílica. Sin complejos de ninguna clase, reivindican que hay que seguir cediendo competencias políticas al politburó bruselense, llegando a consolidar unos “Estados Unidos de Europa”.
Por cierto, ¿quiénes defienden, en general, esa idea geopolítica? Aunque la derecha sociológica española sea una rara avis en la medida en la que es centralista y europeísta (a diferencia de británicos y polacos, por ejemplo), el globalismo eurocrático es defendido principalmente por la izquierda política.
Abominando de las identidades nacionales, regionales y locales, se busca crear un supra-Estado que suponga una expansión del poder político que tenga bastante magnitud en el Viejo Continente. El intervencionismo continuo será la norma de la también conocida como Unión Europea de Repúblicas Socialistas Soviéticas (UERSS).
Al mismo tiempo, se promueve una negación constante del cristianismo, que es la base cultural de Europa, aquello que todos sus países tienen en común y es la razón de existencia y garantía de nuestras libertades y de la dignidad humana. Hablamos de un europeísmo tan nihilista como la vacuidad conceptual que supone el concepto del “patriotismo constitucional”.
Dicho esto, cabe señalar que C’s pertenece a uno de los grupos más partidarios de esa idea eurocrática, a la Alianza de los Liberales y Demócratas Europeos (ALDE). No son, en absoluto, un grupo que defienda la mínima intervención del Estado en la economía y los mercados libres. Son suscriptores del consenso progre-socialdemócrata europeo.
Eso sí, volviendo a las cuestiones políticas andaluzas, cabe decir que, en vistas de quienes componen el grueso de su electorado, si impiden la reivindicada puesta de fin al continuismo del PSOE en Andalucía, se acarrearán su “muerte política”, por suponer una nueva decepción para muchos de sus votantes.
Pero por más de una razón, sería hora de dejar de considerarles como centro-derecha y de avalarles en contra de nuestros principios (el malminorismo y el esnobismo no deben de ser los árboles que impidan ver lo que haya en el bosque). Lo mismo hay que hacer con el PP, y no menos con figuras como Moreno Bonilla y Monago, avaladas por Pablo Casado.
A día de hoy, ya concluyendo, la única derecha con representación parlamentaria, nos resulte perfecta o imperfecta, nos agrade o nos desagrade, nos resulte confiable o desconfiable, es la liderada por personas como Santiago Abascal y Francisco Serrano. La realidad es esa. Luego, cada cual es libre de tener su perspectiva sobre la misma.