Todos los enamorados, de todas las épocas, se han hecho entre sí la misma pregunta: «¿me querrás siempre?» Y se han dado la misma respuesta: «sí, te querré siempre». Ello muestra que el amor conyugal aspira a la estabilidad y permanencia.
La «culpa» de muchos fracasos en la vida conyugal no la tiene el «empedrado», es decir, la institución matrimonial, sino la incoherencia de muchos casados con lo que el matrimonio es y exige como realidad natural. El éxito o el fracaso conyugal no se puede atribuir sólo a la buena o mala suerte o a que se acertó o no al elegir a otra persona.
La experiencia dice que en los frecuentes y sucesivos cambios de pareja se repite el fracaso, debido a que la causa no suele estar fuera, sino dentro de uno mismo: egoísmo, intolerancia, falta de respeto, actitud dominante y posesiva, etc. Pero pocas personas advierten el autoengaño; siguen creyendo que si un matrimonio no funciona hay que cambiarlo por otro. Pero lo que vale para un auto no vale para un matrimonio.