A principios de semana el presidente del Gobierno se despachó en Oslo con un análisis chocante sobre el desempleo y la formación de los desempleados. Según el analista Zapatero, el desempleado que está formándose “está trabajando para un país”. La frase es inverosímil en boca del jefe de un Gobierno que tiene sobre sus espaldas la tasa de paro más alta de la Unión Europea, el 20,3 por ciento de su población activa, no sólo más alta sino que dobla la media. Pienso, Sr. Director, no es de recibo un análisis de estas hechuras ante un foro internacional, salvo que responda al empeño incansable de Zapatero por desvincularse de la realidad de España y dedicarse a la exportación de la imagen de un país que no existe.
Con las valoraciones que hizo sobre el desempleo en España, Zapatero siembra aún más dudas sobre la capacidad de su Gobierno para tomar las medidas adecuadas frente a la crisis. El desempleado que recibe cursos de formación no está trabajando para su país, y decir lo contrario resulta ofensivo para los miles de parados que con gusto cambiarían esos cursos por un empleo. Otra cosa es que el Estado tenga la obligación de ofrecer posibilidades de reciclaje y adaptación a los parados —y que la formación sea una excusa para reducir las listas del paro—, pero la eficacia de esta política de formación está muy limitada por la estructura del desempleo, con muchos jóvenes ya formados y parados demasiado mayores –España es el país donde menos oportunidades encuentra los jóvenes-; y también por la falta de alternativas de la economía española para recolocar parados.