He escuchado las declaraciones de Josu Erkoreka (PNV) sobre el nombramiento de José Ignacio Munilla como obispo de San Sebastián: “el presbiteriado (sic) de la diócesis lo conoce…, se formó como cura fuera de San Sebastián, ajeno a la dinámica de la diócesis, con la que no sintonizó cuando ejerció de párroco en Zumárraga… y ahora quiere venir aquí como obispo”, etc. No es fácil soltar más inexactitudes ni errores en menos tiempo. Aparte, claro, de la cuestión que más importa, que es el desenfoque general que se está dando a un nombramiento eclesiástico. Se está tratando de enmarcar (framing, dirían los expertos en análisis del discurso) políticamente –y en un marco muy localista y de partido- un hecho religioso, y por ello de dimensión universal. Para ello se fuerzan los hechos (“quiere venir como obispo”), rebautizándolos con expresiones abstractas y metafóricas, como “dinámica de la diócesis”, “sintonía con ella”, etc., cuando, en realidad, con quien tiene que tener sintonía un obispo, en primer lugar, es con Dios y con su vicario en la tierra, o sea, con el papa.
La pretensión de entender un hecho eclesiástico haciendo abstracción de su marco trascendente es como tratar de entender la figura de Colón prescindiendo de que descubrió América.