La presencia, durante el fin de semana pasado, de Benedicto XVI tiene un efecto muy positivo, porque es necesaria una reevangelización de España para hacer frente a la perniciosa ofensiva laicista que quiere expulsar a Dios de la vida pública. Ya en el avión de Roma a Santiago, el Papa denunció sin tapujos un laicismo similar al de los años 30 del pasado siglo. Y es que no contentos con ello, como ha sucedido en otros países y otros momentos históricos, también querrían hacerlo del ámbito privado. Un ejemplo de ello fue la injustificable huelga de trenes de cercanías el mismo día 7, tan anti era que se han visto obligados a reunirse sindicatos convocantes i Administración autonómica para buscar algún punto que permita considerarse legal, la propia laicista administración ha salvado de ilegalidad a quienes le provoca una huelga ilegal. Ese odio a la Iglesia es muy doloroso, porque expresa un injustificable fanatismo anticatólico. Ciertamente que la Iglesia no quiere un Estado confesional, no lo ha pedido, sino esa laicidad positiva que no es otra cosa que la libertad de culto y la aceptación de la presencia de la religión como algo consustancial a nuestra existencia. Los fanáticos quieren expulsar a la Iglesia de la vida pública y arrancar nuestras raíces para alumbrar una nueva sociedad por medio de la ingeniería social. Nada nuevo en cierta izquierda, aunque en este caso sea sin la violencia de antaño. La Iglesia ha sobrevivido a envites infinitamente más duros y Benedicto XVI es una bendición de Dios para hacer frente a estos momentos tan difíciles que nos ha tocado vivir.