Desde hace meses, se dice que el dólar estadounidense podría dejar de ser una de las divisas más preponderantes del mundo, dentro del dinero fiduciario. Para desilusión nuestra, nada tenía que ver con el repunte de los criptoactivos. Tampoco es algo que, en sí, se deba a la actual inflación (si bien es cierto que el también llamado dinero fiat está realmente muerto).
El ascenso geopolítico de China (que según algunos indicadores ya estaría superando a Estados Unidos) y su connivencia con Rusia (en problemas por haber perpetrado una invasión contra Ucrania) estarían determinando que el yuan chino pudiera ser la divisa de referencia absoluta en las relaciones comerciales.
El bloque de países «emergentes» BRICS, compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, estaría definiendo una hoja de ruta para desbancar al dólar y consolidar algún mecanismo común para las transacciones internacionales. Ahora bien, este movimiento no es trivial. Es más, hay otros sucesos que lo acompañan.
Los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, que en ciertas cuestiones geopolíticas han estado cerca de Estados Unidos y de Israel, estarían sopesando también incorporarse a este bloque, al compás de otros territorios como Baréin, Egipto e Irán, que sí está más alineada al Kremlin ruso que a la Casa Blanca estadounidense.
Ergo, podría haber movimientos que alterasen el tablero geopolítico frente a los Estados Unidos y la OTAN, si bien es cierto que el Partido Comunista Chino (PCCh) tiene a un gran aliado en el Partido Demócrata de los Estados Unidos y cierta subordinación en la oficialmente denominada Unión Europea.
Ninguno de estos movimientos ha de resultarnos indiferentes. No importa que, a simple vista, España y Portugal no estén sobre estos papeles. Sin confundirnos con las cuestiones del principio de no agresión estatal, hemos de defender las buenas causas morales en cualquier territorio del orbe, sin ningún matiz moral.
Nula representación de un «nuevo» mundo libre
Los actuales componentes del BRICS no se caracterizan por el escrupuloso respeto hacia la libertad y dignidad del individuo así como tampoco por una conveniente y recomendable seguridad jurídica (con independencia de que, en cierto modo, sus economías sí que hayan adquirido algún volumen de actividad mayor).
Brasil ha vuelto a caer en las garras del «socialismo del siglo XXI», tras el paréntesis de la era Bolsonaro (de hecho, se han reseteado los compromisos con las agendas globalistas y revolucionarias). Todos sus avances en crecimiento económico, ecología moral de la sociedad y seguridad pública se van a ver revertidos.
Rusia no representa, para nada, la salvación de la Cristiandad. Vladimir Putin es un expansionista, nacionalista y socialista, cuyo agrado hacia muchas personas bienintencionadas de Europa y Estados Unidos forma parte de una estrategia de chantaje y manipulación, ya que no duda en alinearse al contrario cuando puede (es más, él siente nostalgia por los tiempos soviéticos).
India puede ser una interesante potencia en el ámbito de la ingeniería informática. Puede que haya programadores e ingenieros hindús muy potentes, cotizados e influyentes. Pero el clima social hindú está muy amenazado por el terrorismo islamista, separatista e izquierdista, aparte de no haber ni seguridad público-jurídica ni respeto hacia los cristianos, entre otras confesiones.
China no es ni una economía de mercado ni un modelo a seguir en lo demás. Que haya pequeños entornos conocidos como zonas económicas especiales con cierta libertad económica o que en su momento, por rectificación cayese la pobreza, no han convertido al país en algo dinámico y pujante. En lo demás, nada que no sepamos: vigilancia absoluta, control social férreo…
Sudáfrica pudo haberse convertido en una economía africana no estancada (como, en mejor medida, Botsuana, a raíz de la liberalización económica). Pero conviene recordar, pese al silencio de los medios, que la población de color de piel blanco está siendo víctima de una violenta y férrea exclusión, muy similar al apartheid nazi.
Occidente fracasa
Pese a que el nuevo presidente de Estados Unidos, siendo aún una persona con ciertas tablas para darse a respetar, ha recuperado los principios de injerencia extranjera de los que abjuró Donald Trump, no hemos ganado prestigio. Y no, la Unión Europea (la burocracia bruselense) tampoco está ayudando para nada.
Los Estados Unidos, salvo excepciones como Florida y Texas, ya no son ese paradigma político pragmático de flexibilidad, responsabilidad y libertad. La deuda federal, la inflación, el gasto y la proporción de intervención sobre los «derechos de los Estados» no dejan de ir muy en picado. Además, la sociología de buena parte del país está corrompida.
Muchos jóvenes estadounidenses ven con buenos ojos el socialismo. En el Partido Demócrata, ya se va más allá del keynesianismo centrista. Ciertos líderes comunistas, pretéritos y presentes, ya no están tan mal vistos. Y sí, su clima académico, incluso el no estatal/público, está muy infectado por el marxismo cultural (superando a países como España y Francia, con creces).
Mientras, la burocracia de Bruselas, dispuesta a consolidar un nuevo Estado, solo está empeñada en imponer las nuevas ideologías revolucionarias (inmigración islámica, restricciones ecosocialistas, aborto…) en los distintos territorios. Esto la hace creer que el problema mayor para Europa es la resistencia que oponen Hungría, Italia y Polonia.
El propósito y el ideal
Uno puede tener como ideal máximo a escala global la descentralización, la sociedad sin Estado, en base a los principios de la sociedad orgánica cristiana y el principio de subsidiariedad (en el Reinado de Cristo). Ahora bien, hasta que se llegue a ello, habrá que conformarse con otras cosas o, simplemente, tratar de estar más cerca del objetivo.
Como sociedad, tenemos una responsabilidad. Debemos de movilizarnos, dando la batalla en todos los ámbitos, para ir ganando espacios de libertad y prosperidad. Combatiendo el relativismo deicida, recobremos principios como la responsabilidad, el esfuerzo, el respeto a la dignidad humana y la importancia del derecho de propiedad.