El PP ha ganado, con la que está cayendo, por un mísero 6.600.000. Apenas ha superado al PSOE, a un PSOE que inventó los terroristas suicidas, que traicionó el pacto antiterrorista, que nos hizo perder las multimillonarias ayudas del Plan Hidrológico Nacional, el que prohibe hablar en español en Cataluña, el que anima a abortar sin permiso de los papás, el que en el aula quiere tapar con la pantalla web la incapacidad de escribir con tinta una sola línea. Es el PSOE que nos pregunta “¿Acaso son ustedes de derechas?” y Rajoy calla porque cree que si responde no le van a votar los que jamás votarán a la derecha.
El PP no ha podido movilizar ya no digo a diez millones de españoles indignados e ilusionados con un proyecto de derecha, o centro derecha (qué más da: cualquier cosa menos la izquierda de la democracia española), ni a nueve millones, ni a ocho, ni a siete: sólo medio millón de votos más que un PSOE que, en unas generales, a saber lo que puede movilizar.
En Navarra Rajoy repitió (¿diez, quince veces?) que la grandeza de Pablo Zalba era su identidad navarra, única en todas las listas electorales nacionales. Es decir: parezcámonos a UPN. Ojalá que sus méritos sean otros. Como miembro del PP, mi ilusión, hoy en horas bajas, es que el PP recupere un discurso nacional, unos valores humanistas-cristianos y que trate al público, por favor, como un interlocutor inteligente. Mariano Rajoy hace una primera mitad del debate del estado de la nación brillante, incluso aporta datos que aunque no entiendas en su totalidad, transmiten que sabe del asunto, que tiene soluciones, que está dispuesto a pelear. Pero luego se queda ahí, en la economía, y no habla en profundidad de la educación, ni del aborto, ni del 11 de marzo, porque cree que su base social ya está comprada. Resultado: una birriosa victoria.
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Javier Horno.