Barrionalismo es marxismo

En los últimos años, han aflorado nuevos términos en la jerga de una izquierda que, bajo ningún concepto, renegará de su base filosófica, ideológica y política. Esta se ha adaptado a los nuevos contextos, a las nuevas contribuciones de los laboratorios que contribuyen al carácter proscrito de la verdad. Hace todo lo posible para intentar defender su inmoral y fracasado sistema de propuestas.

Entre estos términos, figura el término del barrionalismo, que en teoría podría entenderse como el amor a un barrio en concreto (en teoría, en uno en el que alguien se haya criado o haya optado establecerse por alguna que otra razón, siempre de una índole estrictamente diversa), del mismo modo que se puede hablar de patriotismo o de regionalismo.

No obstante, mientras que los «ismos» relacionados con la región o la patria pueden ser muy intensos, muy artificiales, muy materialistas, muy morales, muy paganos y/o muy surrealistas, la supuesta intensificación por el interés en un barrio, entendido como una división urbanística concreta, siempre responde a unos patrones sociológicos y económicos muy concretos.

Lucha de clases aplicada a los barrios

Cuando la izquierda habla de «barrionalismo«, no habla de descentralización, pero tampoco sobre esa cuestión de sentido común que es el desear que la zona donde viva uno esté bien cuidada, sea segura, tenga comunicaciones aceptables y vea mejorado su nivel de servicios.

Hablan del «orgullo obrero», de los llamados «barrios obreros». Se entiende por esto una serie de territorios con bajo poder adquisitivo y altos problemas de desempleo en los que, posiblemente, en bloque, las opciones políticas más escoradas al socialismo y el comunismo obtengan un mayor porcentaje de votos.

Cuando el conservadurismo moral y social no va con ellos, se atreven a decir que hay que «mantener la esencia de barrio», en una épica quijotesca (lo digo por lo de los molinos de viento): la «especulación inmobiliaria», los «recortes en la sanidá públika», «los gobiernos neoliberales» (caso de Madrid), la «turistificación»…

En los casos en los que estas zonas tienen proximidad con zonas de gran afluencia turística, se ha dado una gentrificación resultante de la ley de la oferta y la demanda, en cierto modo. Pero por lo demás, la concepción no alarmante de «barrio obrero» se ha degenerado como tal.

Hay un problema cuando estos barrios se convierten en meros focos de delincuencia y de okupación o en estercoleros multiculturales (insisto en que hay que distinguir entre lo que es gueto de inadaptación y la libertad de una persona para emprender su proyecto de vida y superarse en nuestro país, porque no se está en contra de la inmigración como tal).

Las leyes «progres» y sociatas son las que degeneran los barrios. Son los que dan carta libre a la ocupación ilegal de una vivienda, a la tontería de la reinserción social del reo, a la no presencia policial (salvo que sea para perseguir la opinión), al consumo de drogas para anular la conciencia y al efecto llamada hacia sociedades que no se integran en Occidente (el Norte de África).

Descentralización y seguridad

Si la izquierda defendiera el poder de los barrios, no tendría ningún problema en que se descentralizasen políticamente tanto esos mismos barrios como aquellos territorios que menos les interesan por tener menor electorado sociológico favorable a ellos (Sarriá en Barcelona, Chamartín en Madrid o Abando en Bilbao, entre otros).

Pero lo que les interesa es aplicar su modelo de decadencia social y económica así como tratar de enfrentar a unos ciudadanos con otros, siguiendo la misma retórica marxista que enfrenta a hombres y mujeres, a heterosexuales y homosexuales, a pobres y a ricos…

Una persona con sentido común que abjura de la compilación de pecados capitales que supone el socialismo debe de apostar por aplicar el principio de subsidiariedad política en todas las escalas, en base a los esquemas de la sociedad orgánica frente al centralismo socialista-estatalista.

Del mismo modo, en cuanto a un barrio, lo que se ha de defender es la libertad de sus habitantes para circular, invertir, ahorrar, gastar y expresarse. Igualmente, hay que defender que, sin coacciones estatales y distorsiones subvencionadoras, puedan vivir en paz, con seguridad, sin sufrir más los experimentos del avance revolucionario.

Recuerda que el socialismo pretende esclavizar a la población, empobreciéndola, anulándola y privándola de cualquier beneficio natural. Lo que les interesa es la subversiva igualdad de miseria con la salvedad de la élite planificadora, con mucho miedo, caos y desorden.

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