La política crea una rutina de frases hechas y tics ligeramente inventivos, que revuelan alrededor de la luz que acabará por consumirlos: “mariposas en cenizas desatadas”, decía Góngora.
En los siglos de oro, a pesar de lo que pinten las series de televisión española, había una creatividad de la que no alcanzamos ni la suela de sus chapines. Pero creemos saberlo todo, porque hemos aprendido a twittear la última ocurrencia de Monedero. Y en ese ambiente de mosquitos que hacen bucles, es la sensación que flota en el ambiente lo que cuenta, no las ideas, no los valores. Ya a nadie se le hace la boca agua hablando de esa referencia que fue, que sigue siendo, Ortega Lara, y a él y al presidente de su partido, Santiago Abascal, se les ignora en la gran pantalla, que es la misma que ofrece el fútbol a medio país.
El votante de centro derecha dice que votará al PP –y aquí en Navarra a UPN- con las narices tapadas. Mariano Rajoy se ha cargado a la derecha, en una dilapidación lenta de cuatro años que empezó con la demolición del muro de la prisión de Bolinaga. No se me ocurrirá insultar a un hombre de estado (hay que estar ahí) como hizo de manera absurda Pedro Sánchez, vocero de mercancía huera, que se desgañita a cada mitin de manera patética. Pero como exvotante del PP no puedo quedarme con que a fuerza de subir los impuestos me han salvado del rescate. Economistas alemanes dicen que nuestro crecimiento a base de déficit tendrá efectos catastróficos. El PP no ha tocado ni uno solo de los privilegios de la mole burocrática que fatiga al país, en Cataluña no se puede aprender el español y en Navarra gobierna Bildu.
En los temas que la gente relaciona con la moral (extraña particularidad para algo que lo impregna todo) el PP ha seguido el ideario progre: el aborto es un derecho de la mujer (¿y por qué no hasta la víspera del parto?) y la familia se devalúa equiparándola al amor homosexual. Ha empezado una guerra, anunciada hace años, que es la del terrorismo islamista, que llega a una Europa débil, vieja y afeminada, que premia a un travesti con barbas en Eurovisión.
El bipartidismo se reparte los jueces para asegurarse el futuro. Y como se reparten también los medios de comunicación, en franca inclinación a la izquierda, alimentan a Pablo Iglesias, un personaje salido de Rebelión en la granja, para quedarse ellos frente al amigo de Maduro.
La educación, como siempre, es la hermana pequeña de esas hojas con que trabajan los políticos y que ahora dan en llamarse “de ruta”; las hojas de ruta y los latiguillos del peor castellano no se caen de los labios de nuestros próceres. En lugar de haber recuperado un bachillerato de verdad, aquel de la EGB, y haber primado la enseñanza de las humanidades (la niña tísica de la LOGSE), especialmente, de nuestro imponente legado cultural, que va desde la lengua española hasta la última ovejita de los belenes de Salcillo, se han quedado en un parcheado aprobado a última hora, con dimisión de ministro de colofón.
Ahora en Navarra nos llevamos las manos a la cabeza, pero yo creo que las cosas están mejor que nunca: por fin están las cartas boca arriba. Uxúe Barkos no está haciendo mucho más que no hubiera hecho el PSOE y UPN. No ha habido en los últimos años ninguna inspección educativa y se ha acatado la imposición del batúa con una idea de “normalización” artificial y perniciosa para la identidad de Navarra. Esa euskolandia inventada tiene muchos prosélitos del modelo D educados con UPN. UPN puede hacer muchos vídeos bonitos con caminos de navarros alegres y plurales, pero al nacionalismo sólo lo va a frenar la firmeza en las convicciones y un liderazgo que se atreva a encauzar el hartazgo de nacionalismo impuesto.
La respuesta de VOX no se ha podido materializar en Navarra, por falta de reacción. Miguel Sanz jugó bien esa unificación en torno a UPN de la supuesta foralidad, que ahora nos ha llevado a manos del nacionalismo. Santiago Abascal se la ha jugado al reconstruir la derecha, pero sólo gana quien arriesga: en pocos años, podría ser el gran líder que la renovó. Ojalá sea Rajoy el último coletazo de una derecha acomplejada por una izquierda fabuladora que habla de la guerra civil como si la hubiera protagonizado.
En ese panorama, la voz de Rivera suena, francamente, refrescante, porque si bien difiere en muchos aspectos de lo que desea la base social del antiguo PP, habla de unos valores que nos unen, como es la independencia del poder judicial, el ahorro autonómico y el fortalecimiento del estado español.
No veo por qué haya que votar con las narices tapadas. Sólo una debacle de esta falsa derecha nos sacará del mal sueño que es haber contemplado el desagüe abierto en una mayoría absoluta.