Con o sin reglamento de protocolo, al alcalde le sienta bien el frac. Ahora que estadísticamente somos trilingües, tendría que decirle que the tail-coat suits him very well, therefore he looks fashionable. Hasta dice cosas sensatas con y sin chistera, que lo hace más alto, aunque no inalcanzable. Malo es cuando se descamisa, porque pierde el oremus y dice cosas impropias o se muestra paradójico entre lo que dice y hace. Así, en la magna fiesta de conmemoración del Privilegio de la Unión (1423) se le llenó la boca al calificarlo de «toda una “carta fundacional” de la ciudad» de Pamplona. Y ya que se puso tan estupendo, habrá que decirle que olvidó mencionar siquiera que el rey puso en ella sus condiciones, pues la otorgó —a petición de los comisionados por los tres burgos— «en tal manera que ellos y los descendientes de ellos pudiesen vivir en paz, tranquilidad y concordia perpetua, y no hubiese entre ellos causa ni ocasión de debate ni discordia». Y que elegidos los jurados o concejales, habrían de jurar «que bien y lealmente regirán al pueblo, rentas, bienes y la cosa pública de nuestra dicha muy noble ciudad de Pamplona; […] y además jurarán […] que cumplirán todas y cada una de las cosas contenidas en esta presente carta de unión y privilegio y no actuarán en contra, directa ni indirectamente en tiempo ni modo alguno, bajo las penas contenidas en esta carta; y, en cuanto les alcanzase, harán observar, tener y cumplir a los habitantes y moradores de nuestra dicha muy noble ciudad, todas las cosas en esta carta de unión contenidas.»
Lo que el alcalde ni mencionó siquiera es que, en palabras de hoy y a los fines de la «paz, tranquilidad y concordia perpetua», los regidores de la ciudad de Pamplona han de exigirse a sí mismos y a perpetuidad: lealtad, rectitud, espíritu de unión, conducta pacificadora y cumplir y hacer cumplir lo dispuesto en la carta fundacional. Y no se me diga en esta tierra foral que esta norma no está vigente.