Es la última hora del viernes. Siete alumnos componen la clase de Creación Literaria, pretenciosa denominación para una asignatura de lengua y literatura que imparte el que abajo firma. Este mismo firmante piensa que para crear con las palabras hay que tenerlas. Así que ha optado por dos maestros: Félix Rodríguez de la Fuente y Miguel Delibes. Del primero, el documental Las cigüeñas, parte I; del segundo, el cuento La grajilla, que integra una pequeña trilogía: Tres pájaros de cuenta.
Estoy satisfecho: cuando a los muchachos se les deja en páginas de los buenos maestros, es como volver a lo mejor de la vieja escuela. Cigüeñas y grajillas pueblan, amigablemente, el imaginario, ahora más amplio, de estos chicos. Creo que hoy saben –y aman- más palabras. Cuando las palabras cobran la fuerza sincera de los sentimientos nobles, no puede haber indiferencia, ni siquiera en esta generación que creemos tan distinta porque tienen ordenador y teléfono móvil.
Por eso, la noticia del fallecimiento de Miguel Delibes tiene hoy especial resonancia. M. Delibes ha sido un literato heroico para muchos jóvenes que, como el que firma, quedaron cautivados por la fuerza y la belleza del narrador. Una amiga moldava, que me había pedido hace poco recomendaciones literarias para mejorar su español, me ha enviado este mensaje: “Ha pasado a la eternidad tu escritor favorito, yo acabo de conocer algo de su obra y me gusta, me parece cercana, emocionante, con una dosis de humor.” Inmejorable definición, que demuestra que Delibes no era sólo el escritor de Castilla.
La clase continúa con la voz inconfundible de ese otro gran maestro de la palabra que fue Rodríguez de la Fuente: cuando las cigüeñas emigran “dejan vacíos y tristes los campanarios”. Y al terminar el documental, ya al final de la clase, les leo el borrador de este escrito. Los alumnos, que bajo su displicencia de viernes muestran un corazón sensible, aplauden. Parafraseando al propio Delibes en Pegar la hebra, quiero creer que en este momento de su migración inapelable, en que me parece que el maestro Delibes nos ha dejado un poco vacía y triste el aula, el cielo de Castilla –y el de la eternidad- se poblará con el aplauso sincero de estos alumnos, en homenaje a su gesto y a su memoria.