Con verdadero estupor e indignación leo el otro día en un periódico de tirada nacional que el esperpéntico líder venezolano ha implantado la cartilla de racionamiento en uno de los mayores productores de petróleo del mundo; personalmente semejante evento no pasaría de ser una nota más en el torrente de información con que nos desayunamos todos los días sino fuera por los siete años que viví en tal país durante mi infancia y cuyos recuerdos me son muy gratos.
A poco que conozcamos la historia latinoamericana tampoco debería sorprendernos la capacidad que tiene el continente para generar pseudo hombres de estado con una inverosímil tendencia autodestructiva, amén de resultar curioso por no utilizar otro vocablo como tales personajes culpan al antiguo periodo colonial español – que no olvidemos terminó hace 2 centurias – de las miserias actuales. Algunos me dirán que con la celebración de las recientes elecciones y la pérdida de la mayoría absoluta con la que contaba, cierto atisbo de esperanza puede vislumbrarse, ¿pero es factible y realista pensar que el iluminado que se cree la reencarnación de Simón Bolívar dejará el poder sin más cuando le llegue el momento? (si es que le llega, ya que de momento la gente le sigue votando) Además, y esto ya es una cuestión puramente estructural de su economía y entramado socio – cultural, aun en el caso de que efectivamente llegase algún día a haber un cambio de régimen partidista, ¿dejará el país de ser ejemplo de las mayores desigualdades posibles?, o es que acaso bajo Carlos Andrés Pérez no existían las decenas de miles de “ranchitos” que circundan la capital caraqueña. Afortunadamente, Brasil, fiel paradigma de que con cabeza y sentido común se pueden ir arreglando la cosas, no es tarea fácil ya lo sé, pero al menos gracias a Lula da Silva parece que el camino hacia el progreso estable y solidario ha comenzado en el gigante carioca; ojalá la casi simultaneidad de los Juegos Olímpicos y los Mundiales proyecte una imagen de modernidad de toda América Latina.