Una de las moralejas de estas elecciones es que a los estadounidenses hay que darles su tiempo. Les estresa esto de contar rápidamente los votos. O al revés, les gusta el estrés que genera ser tan lento contando los votos. Sea lo que sea escrutan los votos a una velocidad tan lenta como insegura, por el número de reclamaciones y pleitos que ya se auguran. Los campeones estadounidenses absolutos de lentidud podrían ser los del estado de Nevada, donde por 6 miserables votos electorales podría estar jugándose el futuro de la presidencia.
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Como se aprecia en el mapa, la ventaja ahora mismo es de Biden. Lleva ventaja, sí, pero las cifras no le dan todavía para ganar, al menos en el momento de escribirse estas líneas. La diferencia es que a Biden le basta con ganar en cualquiera de los estados en disputa y Trump tendría que ganar en todos. La clave, sin embargo, en principio parece que es Nevada: primero porque en el resto de estados aún en disputa el recuento se encuentra muy avanzado y en todos ellos hay una ventaja apreciable para Trump. Desde luego, visto lo visto, no se puede excluir un vuelco de última hora, pero a priori Trump tiene opciones de llevarse todos los estados en disputa menos Nevada. En Nevada, en segundo lugar, además de encontrarse el recuento todavía al 85% la diferencia entre los candidatos no pasa de 0,5 puntos porcentuales, lo que traducido a votos supone sólo unas 8.000 papeletas. O sea, que ante unas elecciones con más de 140 millones de votos emitidos, se está decidiendo todo por 8.000 votos en Nevada, el estado más lento de los EEUU y acaso del Primer Mundo contando los votos. Recordemos que Las Vegas, la ciudad de los casinos, se encuentra en Nevada, así que después de todo quizá tenga sentido que todas las apuestas tengan que tener ahora mismo la vista clavada en lo que sucede en Nevada.
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Decir que el sistema de recuento en los EEUU es lento pero inseguro no es ninguna contradicción. O sea, la lentitud no redunda a cambio en ningún tipo de seguridad. Echando un poco la vista atrás, muchos recordarán el recuento surrealista de papeletas perforadas en Florida que, por un puñado de votos, en el año 2000 le dio la victoria a George Bush frente a Al Gore. Entonces fue la que izquierda la que hablaba del pucherazo de Bush. Hace cuestión de días, de hecho, la izquierda estaba tan segura de arrollar a Trump que era ella la que hablaba de pucherazo si no ganaban los demócratas. Hablar de pucherazo, sin embargo, sería de momento un tanto osado. Por un lado, la situación es la que es por una igualdad que difícilmente se podía haber previsto. O sea, la igualdad que se ha producido es real porque para simularla habría hecho falta un fraude millonario y masivo imposible de pasar desapercibido. Consideremos además que, por supuesto, la contabilización de los votos en cualquier democracia no se basa en suponer la buena voluntad del rival, sino en la vigilancia de cada candidatura sobre la otra. Por otra parte, lo suyo en los pucherazos suele ser que los lleve a cabo el que tiene el poder. Si te hace un pucherazo la oposición teniendo tú el gobierno, casi es que te lo mereces. Por lo demás, esos pocos miles de votos aquí y allá que pueden volcar la balanza a un lado o a otro van a ser escrutados hasta desgastar literalmente las papeletas. Como en toda elección de esta magnitud, se puede poner el microscopio sobre errores puntuales en el recuento, que cuando se subsanan ya no son trending topic, pero un pucherazo es otro asunto. Antes de afirmar que los resultados no son válidos, además, a los partidarios de Trump escépticos les interesaría asegurarse de que al final Trump no gane por los pelos. Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias, otra cosa es que esas pruebas extraordinarias aparecieran en cuyo caso sí que pasaríamos a un nuevo escenario.
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El punto en que nos encontramos tampoco resulta tan sorprendente en cuanto que el voto popular, como ya sucedió hace cuatro años, favorece ligeramente a los demócratas. Hace cuatro años Trump tuvo un resultado mucho más desahogado en votos electorales pese a perder en voto popular, pero lo cierto es que eso resulta más sorprendente a que un candidato con menos voto popular tenga muchos problemas para conseguir el encaje de bolillos que le otorgue mayoría en voto electoral.
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El mapa electoral de los EEUU, por otro lado, resulta muy significativo cuando se observa desde el punto de vista municipal. El rojo republicano domina absolutamente el territorio estadounidense, indicando que Biden gana en las grandes ciudades, pero Trump arrasa en las ciudades pequeñas y todo el entorno rural, la América profunda. Esto, que nos muestra la realidad del silenciado apoyo social del que goza Trump, quizá también pueda ayudar a entender el vuelco en algunos estados a favor de Biden ya en la recta final del recuento. El recuento acaba generalmente antes en las localidades pequeñas, donde se produce la mencionada prevalencia de los republicanos, mientras que necesita más tiempo en los grandes colegios electorales de las grandes ciudades donde suelen prevalecer los demócratas, la consecuencia es que los últimos votos escrutados pueden tener un sesgo a favor de los demócratas. Por supuesto otro factor es el voto por correo de los jóvenes que estudian fuera de los EEUU o de las personas que viven fuera del país, que en general también suele favorecer tradicionalmente a los demócratas, aunque esto podría tener una excepción en todos los militares de las bases en el extranjero.
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En el punto en el que nos encontramos a lo mejor tienen razón los habitantes de Nevada y tampoco deberíamos tener prisa en conocer el resultado. ¿Realmente preferimos que gane el contrario a la incertidumbre? ¿Y lo bien que se podría vivir unos cuantos años sin presidente? Recordemos cuando en España nos decían lo importante que era sacar adelante una investidura fuera quien fuera el que la ganara. Que si el miedo de los mercados, que si la necesidad de reactivar el parlamento y no paralizar cuestiones como la renovación de los órganos judiciales…Ahora toda aquella época con un gobierno en funciones podríamos recordarla como una etapa dorada. Dorada desde luego en comparación a lo que ahora tenemos.
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Suceda lo que suceda, las principales conclusiones que ya se atisbaban ayer siguen siendo válidas hoy. Los medios globales han mentido de una forma descarada dibujando una sociedad estadounidense totalmente alejada de la realidad. Hace unas semanas no sólo se nos aseguraba que Biden iba a tener una victoria arrolladora, sino que el descontento popular eran tan intenso y generalizado contra Trump que el país se encontraba al borde una revuelta violenta. Es más, se venía sugerir que la revuelta violenta se justificaba por lo unánime que era el descontento. Hoy ya vemos que todo era una sucia mentira. Por supuesto los resultados electorales dibujan un mapa electoral que nada tiene nada que ver con el mapa mediático. La izquierda sólo tiene el 50% de los votos, pero tiene el 99% de los medios. En tales condiciones, lamentablemente parecidas a las de aquí, que no ganara la izquierda era un pequeño y maravilloso milagro. Porque sólo con un milagro se puede ganar a un rival que controla todos los medios. A lo mejor el milagro aún se produce, y si no se produce habrá estado a punto de producirse y habrá que valorarle a Trump o el haberlo conseguido o el haberlo casi conseguido, pero en cualquier caso la derecha tendrá que trabajar para tener el 50% del mapa mediático si quiere tener también al menos el 50% de los votos. Los milagros existen pero hay que ayudarlos un poco, no se puede confiar en ganar siempre de milagro. Por supuesto una batalla la gana el que Dios quiere, pero Dios suele querer que gane el que tiene más cañones. Y si teniendo más cañones Dios quiere que ganes, tampoco será un problema que te sobren cañones.
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