Vivan el 8m, la mentira, la tiranía, la soberbia y la muerte

“Yo lo digo alto y claro: ¡viva el 8 de marzo!”. De algún esta frase de Pedro Sánchez resume no sólo el debate de ayer en el Congreso, en el que se volvió a prorrogar una vez más el estado de alarma, sino que explica todo lo que ha pasado en España con el coronavirus.

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Cuando ante un problema como el que estamos afrontando alguien no responde a un nivel racional, sino a un nivel emocional gritando “¡viva el 8M!”, comenzamos a entender cómo es posible que hayamos llegado al punto en que estamos. Por supuesto ayuda mucho a entender por qué no se suspendió el 8M y cualquier medida de contención se postergó y se condicionó a la celebración del 8M. Aunque los datos fueran evidentes, Pedro Sánchez no podía suspender el 8M porque hubiera sido una especie de sacrilegio. En este sentido cabe interpretar lo que sucedió en una de estas dos direcciones. O bien el presidente veía la que se nos venía encima, pero fríamente priorizó la agenda política sobre la vida y la salud de los españoles, o bien el carácter cuasi-sagrado del 8M para el presidente era como una venda que le impedía ver lo que estaba sucediendo y, más allá de la necesidad de celebrar el 8M, el presidente y el resto del gobierno eran totalmente incapaces de ver absolutamente nada. Un velo ideológico los cegaba.

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Para que nadie diga que antes del 8M era imprevisible saber lo que iba a pasar, recuérdese lo que este mismo confidencial decía antes del 8M, concretamente ya el 5 de marzo:

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Todo lo anterior nos lleva las crecientes noticias que llegan de todo el mundo respecto a la cancelación de eventos deportivos, salones automovilísticos, conciertos, salones de turismo. El Parlamento Europeo, Disney, los museos, hasta los colegios se empiezan a cerrar por el temor al contagio. ¿Qué está haciendo España a todo este respecto? Queremos pensar que si no se están empezando a establecer restricciones ahora tampoco se tomarán dentro de unos días o unas semanas, porque tiene mucho más sentido establecerlas ahora que dentro de días, no digamos semanas, cuando los afectados probablemente se cuenten por miles, lo que nos lleva al gran acontecimiento de masas que se prepara próximamente en España: la manifestación feminista del 8M.

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Decíamos que el momento de empezar a establecer restricciones seguramente fue ayer, pero mejor hoy que mañana si es que se tienen que establecer. Mejor que el día 5 que el día 9. Pero claro, eso implicaría suspender la gran manifestación feminista por lo que podemos estar asistiendo a un conflicto entre los motivos médicos y los motivos políticos para suspender la manifestación. Siendo evidente ya el riesgo de propagación, se puede asumir sin embargo que a lo mejor ciertas restricciones a estas alturas no servirían para nada. Y a lo mejor es verdad. Y si no sirven para nada mejor no ponerlas. Pero lo que no tendría sentido sería empezar a ver que esas restricciones se empiezan a aplicar a partir del día 8, cuando el sentido de esas restricciones es aplicarlas cuanto antes para contener la propagación. Ver algo así nos haría pensar lo peor.

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Es preciso añadir que el 8M no fue sólo una bomba vírica de racimo en el corazón de España por sí mismo, sino por todo lo que implicó. O sea, las concentraciones del 8M ya por sí mismas fueron un claro vector de contagio, pero como no se podía prohibir todo menos el 8M, además del 8M se permitió seguir celebrando todo lo demás, desde mítines a conciertos o actos deportivos. El 8M es la causa última de nuestra desgracia porque, mientras nuestros gobernantes tuvieron al 8M en la cabeza, fueron totalmente incapaces de ver cualquier otra cosa.

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Por lo demás, que a estas alturas Pedro Sánchez se suba a la tribuna del Congreso a gritar ¡viva el 8M!, en vez de a pedir perdón, implica no sólo que es un inútil, o un sectario que no puede ver más allá de su velo ideológico, sino también un soberbio totalmente incapaz de reconocer un error. Es posible que una zona de su subconsciente le sugiera que el error fue tan enorme que no lo puede reconocer, sería demasiado devastador. El problema es cuando llega el punto en que todo el mundo es capaz de ver el origen del problema menos tres o cuatro tertulianos y tú.

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