Viva la deslocalización

Una forma provocadora de terminar la semana es gritar que viva la deslocalización; con matices, por supuesto. Lo cierto es que en estos tiempos en que tan pronto escasean las mascarillas como los microchips o el material de construcción y los cascos para moto, el hecho es que volvemos a hablar de los peligros de la deslocalización, con razón. Ciertamente hemos convertido a China en el polígono industrial del planeta en el que se producen y del que parten todos nuestros artículos de consumo. Lógicamente esto crea una gran dependencia respecto a China. Si además en China hay cortes de electricidad, falta de combustible e interrupciones en la producción nada puede ir a mejor.

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Los aspectos negativos de la deslocalización saltan a la vista, todos los conocemos y no tiene sentido negarlos, desde la dependencia exterior a la pérdida de empleos a favor del país beneficiado por la deslocalización, pero el debate no puede agotarse en este diagnóstico con todos los males y sólo los males de la deslocalización, por no decir del comercio global.

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Desde luego no nos parecía tan mal cuando eran las empresas de los países punteros las que deslocalizaban sus plantas para traerlas a España. Nadie en Navarra se quejó de que llegara la Volkswagen y se deslocalizara la producción en Alemania, mandando al paro a trabajadores alemanes para tener a los navarros trabajando por salarios de esclavo. Por salarios de esclavo para Alemania, por supuesto. Tan malo fue que llegara la Volkswagen a Navarra que ya no sabemos qué más hacer para que no se marche, y lo mismo vale para cualquier gran empresa llegada a España. La deslocalización es mala cuando nos perjudica, pero la hemos abrazado sin problemas cuando nos beneficiaba. Y por supuesto hemos hecho bien, nos ha ayudado a prosperar y no tendría sentido haber intentado otra cosa. Nadie envidia a Albania y a otras islas aisladas del mapa.

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Obviamente la deslocalización hacia Asia también ha servido para sacar de la miseria a 1.000 millones de personas. Estamos en contra de la pobreza, queremos luchar contra el hambre y la miseria, pero no queremos que las fábricas se marchen a crear riqueza a los países pobres. ¿Cuál es la alternativa a la deslocalización para los países pobres? ¿Dejarles para siempre en la miseria? ¿Dejar todo confiado a las limosnas de los países ricos? La deslocalización ha sido la mejor política de la historia para sacar a la mayor parte de la humanidad de la pobreza. El problema lo tienen los países en los que no existe estabilidad política, jurídica y militar (la mayoría africanos y musulmanes) como para resultar atractivos como destino de una deslocalización.

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¿Por qué renegamos ahora de la deslocalización? Obviamente porque nuestra situación ha cambiado precisamente en parte gracias a la deslocalización. Es decir, todas las empresas que llegaron aquí cuando éramos pobres, porque cobrábamos mucho menos que un trabajador alemán o francés por hacer lo mismo, nos han llevado a un nivel de prosperidad en el que ya somos demasiado ricos como para que las empresas vengan a deslocalizarse aquí. Al revés, las empresas de aquí buscan países más baratos en los que poder producir. Ya no podemos competir por el nivel salarial, tenemos que ofrecer algo más, por ejemplo un alto nivel de cualificación.

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Aunque hablamos de nuestra dependencia por culpa de la deslocalización, lo cierto es que a lo mejor deberíamos hablar de interdependencia. Es decir, naturalmente que hemos creado una fuerte dependencia respecto a China, pero China también es completamente dependiente de nosotros. En términos generales la interdependencia es buena para la paz y la solución dialogada de los conflictos. No es que no pueda haber guerras entre países interdependientes, pero seguramente son más difíciles.

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Finalmente, podríamos pensar que la deslocalización tiene cosas en contra y cosas a favor, pero sin duda algo que no es bueno es deslocalizarlo todo hacia un sólo destino. Es decir, deslocalizar las cosas tiene algunos contras, pero deslocalizarlo todo hacia China tiene muchos más contras todavía. Si deslocalizar las fábricas genera una dependencia exterior, lo cual tiene algunos peligros, deslocalizarlo todo a China representa un riesgo todavía mucho mayor. No sólo por poner todos los huevos en un solo cesto sino porque China, a fin de cuentas, no deja de ser una dictadura comunista. Quizá por tanto lo peor de la deslocalización a la que nos enfrentamos, más allá de los pros y los contras propios de este fenómeno, es que China ha absorbido una parte exagerada de toda esa deslocalización. No es que dependamos mucho del exterior en general, sino que dependemos mucho de China en particular. Por otro lado China ya se ha desarrollado mucho, ya no es tan barata y hay otras muchas zonas pobres en el mundo que por un lado nos podrían interesar más que China, y que por otro se beneficiarían bastante de la deslocalización, lo que podría significar un nuevo avance en la lucha contra la pobreza global. Por supuesto esto no impide que nos interese reflexionar sobre si hay ciertas cosas esenciales que a lo mejor no interesa deslocalizar por completo. Así que viva la deslocalización, pero con matices y reflexión.

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