El destrozo que la izquierda les ha hecho a las mujeres no acaba con la ley sueltavioladores, también conocida como ley del solosiessí. Uno de los muchos efectos nocivos de la Ley Trans, otra de las leyes estrella del sanchismo, es que los agresores sexuales están cambiando de género para eludir los efectos de las leyes contra la violencia de género. La Comunidad de Madrid ya ha alertado de la existencia de 6 casos sólo en dicha comunidad.
Seis personas con género masculino que figuran en el sistema como presuntos agresores sexuales han solicitado en Madrid el cambio registral de sexo con la finalidad de eludir la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género https://t.co/bvGlZ6EP6M
— Telemadrid (@telemadrid) March 20, 2024
Podría pensarse que la izquierda aprieta pero no ahoga, a los agresores de mujeres al menos. Los persigue por un lado con una ley (o lo intenta), pero anula con una segunda ley los efectos persecutorios de la primera. Podría pensarse que esto es simplemente incompetencia o problemas técnicos que tienen las leyes de la izquierda, pero en realidad es todo lo contrario. Estos efectos perniciosos ocurren porque las leyes que ha aprobado la izquierda reflejan perfectamente la empanada ideológica de la izquierda y, por consiguiente, son su resultado absolutamente lógico. Lo que hay que cambiar para evitar estos efectos no es la redacción de las leyes, sino la ideología que inspira esas leyes. Y ahí no vamos a encontrar a la izquierda, sea cual sea el perjuicio que se cause a las mujeres. Podría pensarse que sobre el total de población masculina los cambios de género no son un porcentaje relevante y que hablamos de casos aislados, pero sobre la población masculina incursa en procesos de violencia de género el número de casos sí empieza a resultar muy llamativo.
Esta es la compostura de la ministra de Igualdad durante su intervención de hoy en el Congreso. Auténtico reflejo del PSOE.
Nos gobiernan completos desquiciados.
pic.twitter.com/Wj5ch4pCuT— Hugo Escarpa (@hugoescarpa) March 20, 2024
La ministra de Igualdad no estaba ayer sin embargo para preocuparse por estas menudencias defendiendo a la mujer en general, sino para defender a toda costa a la mujer del presidente del gobierno en particular. Por lo visto si alguien se pregunta si es normal que la mujer del presidente del gobierno trabaje como captadora de fondos, es un machista, un negacionista y un cómplice de todas las mujeres asesinadas. Que por cierto, ya son 7 según las últimas estadísticas del Ministerio y en el 57% de los casos el asesino era de origen extranjero. Pero en este punto sí se puede ser negacionista sin ser machista ni cómplice de los asesinatos.
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Las formas de la ministra de Igualdad no pueden dejar de ser reseñadas, ya que lo mínimo que se le puede exigir a un diputado es que hable. No ya que hable bien, sino que hable. Lo que hizo ayer la ministra fue simplemente gritar. Como si gritar despropósitos no fuera peor que susurrarlos. Como si tratar de imitar a Irene Montero no fuera ponerse a sí misma un techo por debajo del cual obligarse a vivir. Pero una vez más no nos encontramos ante un mal funcionamiento de la ministra de Igualdad, sino que esto es lo que puede y debe esperarse de un ministerio como el de Igualdad, ¿o para qué hace falta si no un ministerio de agitación, crispación y propaganda como el Ministerio de Igualdad? Quizá la ministra crea que no nos damos cuenta, pero la ecuación explicativa de sus aspavientos es que a más violadores o a más agresores beneficiados, más tienes que gritar para disimular. La ministra de Igualdad dice que los cámbios de género son un problema difícil pero que está buscando una solución dentro de la legalidad. El problema es precisamente que se trata de un problema generado por su propia legalidad.
La ministra de Igualdad, Ana Redondo, reconoce que están valorando qué hacer con los agresores que cambian de género: «No es fácil y debemos dar una respuesta dentro de la legalidad». pic.twitter.com/pPV3i6zaPy
— THE OBJECTIVE (@TheObjective_es) March 20, 2024
Por lo demás, volviendo al destrozo que la izquierda le está haciendo a la mujer y al cambio de género que están solicitando los agresores de mujeres para beneficiarse de la ley, el problema de fondo es que la izquierda ha adoptado unas premisas absurdas para cualquier asunto y las ha aplicado con consecuencias funestas en el ámbito de la mujer. Si a una botella de Coca-Cola le quitamos la etiqueta y le ponemos otra que pone naranjada, no convertirmos la Coca-Cola en naranjada. Más o menos del mismo modo, si a un hombre lo etiquetamos como mujer en el registro no deja de ser un hombre. Si alguien etiqueta una botella de naranjada como una botella de champán, primero decimos que el etiquetado es falso y segundo que es un fraude al consumidor. Pues bien, la izquierda ha generado una situación legal en la que cualquier producto puede ser etiquetado como mujer. Pero esto no es más que el resultado lógico de no tener una definición de mujer o de tener una definición de mujer en la que cualquier cosa puede ser mujer, con lo que al final se vacía de sentido la categoría de ser mujer y nada (o todo) es mujer.
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