Una muchedumbre de catalanes no nacionalistas nos devuelve el orgullo nacional

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Hay que ver cómo pueden cambiar las cosas en siete días, es el resumen en once palabras de todo lo sucedido ayer. Hace una semana la fuerza del secesionismo parecía arrolladora, con multitudes en las calles, caceroladas, la policía rodeada y superada, media Cataluña invisibilizada, el estado perplejo y paralizado.

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De repente, la fuerza del “procés” ha empezado a caer cual castillo de naipes. Prácticamente no queda ni una foto que no haya quedado desacreditada de la supuesta violencia policial, por más que no se entere de nada el gobernador civil en Cataluña. En evidencia también ha quedado todo el proceso electoral, reducido a las cenizas de una pantomima en la que las urnas llegaban ya llenas de votos antes de abrir los colegios, la gente votaba 4 veces tras identificarse, o directamente sin identificarse, o durante el recuento apartaba papeletas y las tiraba disimuladamente al suelo, un recuento en el que los votos además no cuadraban ni remotamente con el censo. Además de esto se ha visto la violencia sobre el disidente, la fuerza sobre los comerciantes que no querían secundar la huelga de los golpistas, el adoctrinamiento en las escuelas, el bullying en los colegios a los niños marcados como no nacionalistas, no digamos los hijos de guardias civiles y policías destinados en Cataluña.

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A todo lo anterior se sumaba el jueves y el viernes la estampida de empresas fuera de Cataluña, encabezadas por los bancos. Los depositantes de los bancos catalanes no sabemos en qué proporción han estado sacando despavoridos sus depósitos pero sabemos que no deben haber sido pocos, a la vista de la fulminante decisión del Sabadell y Caixabank de mover su sede social fuera de Cataluña, decreto relámpago del gobierno por medio en este segundo caso. ¿Cómo de grave no sería la situación de los bancos catalanes que hubo que aprobar aprisa y corriendo ese decreto? La independencia no iba a tener efectos negativos, con la independencia todo mal desaparecería por ensalmo, todo iba a ser maravilloso.

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El 155 es la movilización de las familias españolas

En consecuencia a todos estos sucesos, además, en toda España se producía una ola nunca vista de patriotismo. Los españoles, al margen además de los políticos, empezaron a concentrarse, a desplegar banderas y a reivindicar su orgullo y su patriotismo. Esta marea se expresó además ayer, pero multiplicada por 10, en la propia Barcelona. Las imágenes y los vídeos hablan por sí solos. ¿Cuántos manifestantes había? No queremos caer en las mismas exageraciones que hemos denunciado en los otros, pero había tantos al menos como cuando se manifestaban los separatistas, a las imágenes nos remitimos. Si cuando se manifestaban ellos eran un millón, pues ahora como mínimo también son un millón. Y si en un metro cuadrado cabían 3 ó 4 separatistas, pues también caben 3 ó 4 unionistas. Y eso es algo espectacular, porque la mayoría silenciosa por fin se ha expresado. Una mayoría no sólo no acostumbrada a manifestarse, sino acostumbrada a vivir en la sumisión y el silencio del burka nacionalista.

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La imagen de que los separatistas eran toda Cataluña ha saltado hecha añicos. Nunca más nos creeremos que ese 47% de la CUP y el Junts Pel Sí de las autonómicas son ese falsificado 95% del pucherazo del 1-O. Nunca más diremos “los catalanes” para referirnos a “los nacionalistas”. Al nacionalismo sólo le queda intentar vendernos la especie de que absolutamente todos los manifestantes eran fascistas y personas llegadas de fuera de Cataluña. No importa. Cuanto más cierran los ojos a realidad y más nos ningunean, más nos movilizan, la reacción es inversamente proporcional a la fuerza opresora que aplica el nacionalismo.

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El cambio total de escenario que se ha producido ofrece a los separatistas una oportunidad más para frenar su deriva y recuperar la sensatez. En caso contrario, el gobierno de España se ha cargado de argumentos y de respaldo popular para poder actuar. Rajoy es hoy mucho más fuerte que hace una semana. Por sus méritos, por sus deméritos, qué más da. Incluso si hubiera un reférendum en Cataluña, a la vista de lo sucedido los no nacionalistas podrían no ya ganar, como seguramente hubiera sucedido en cualquier caso, sino arrasar, dadas las circunstancias. El problema del referéndum, en realidad, no es que no se fuera a ganar, sino el tipo de principios que se pondrían en cuestión.

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Lo más radical que ha hecho Rajoy hasta el momento, en realidad, es pedir por favor a Puigdemont en una entrevista que deponga su actitud y vuelva por su propia voluntad a la legalidad. España no parece muy impresionada con esta no firmeza de Rajoy o al menos toda la multitud que este domingo se manifestaba en Barcelona pidiendo prisión para Puigdemont, gritos adecuadamente censurados en las televisiones pero que ahí están las evidencias en las redes y el testimonio de los asistentes, pues era un clamor. Hay que decir a favor del presidente Rajoy, sin embargo, que las circunstancias obligan a actuar desde la prudencia y la razón. Sería inquietante estar gobernados en momentos como estos por un tipo visceral y sanguíneo. Véase la que están organizando los líderes del separatismo catalán con su clara incapacidad para medir las consecuencias de sus actos. Porque efectivamente todo hasta ahora es consecuencia de los irresponsables actos de los separatistas. Hay que ser prudentes, pero sería imprudente dejar sin castigo toda esa irresponsabilidad.

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Nos ha gustado la crónica del ABC para resumir la situación, refiriéndose a las 3 mentiras del nacionalismo que han desmontados los acontecimientos de los últimos días, a saber: que todos los catalanes eran independentistas, que “el procés” era pacífico y que, independizándose de España, Cataluña se iba a convertir por arte de birlibirloque en Dinamarca. ¿Queda alguien ahí que no empiece a ser consciente de la realidad?

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El procés sólo se sustenta sobre la amenaza de una explosión violenta

Hay que denunciar claramente que, efectivamente, toda la actuación de los separatistas estos días no es tiene nada de pacífica. No sólo por las agresiones puntuales a policías, a personas que llevaban una bandera española o a personas que no querían secundar una huelga, sino porque todo su proceso se basa en el chantaje de que para frenar su toma de la calle habría que poner en marcha una actuación que podría suponer decenas de muertos. Es la amenaza de que puede haber decenas de muertos el instrumento que están utilizando los separatistas para sostener su declaración de independencia. Esa amenaza latente es lo que paraliza a Rajoy y esa amenaza latente es la que permite seguir actuando impunemente a los golpistas. El hecho de que un cadáver podría justificar una moción de censura no es sino una derivada política de ese chantaje material que de momento nos paraliza porque nos importa más a nosotros la vida de los catalanes separatistas que se manifiestan que a quienes los lanzan contra nosotros utilizándolos.

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En este escenario de impass apareció el viernes el Papa reafirmando al embajador español en la Santa Sede, y decimos reafirmando porque no es la primera vez que lo dice, que  el Vaticano no reconoce “movimientos secesionistas o de autodeterminación que no sean resultantes de un proceso de descolonización”, y que no es el caso español. La posición del Vaticano no es original en este punto porque coincide con la de la ONU. Nadie por encima de Otegui o Rufián, por lo demás, puede amparar una declaración unilateral de independencia basada en un flagrante pucherazo.

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Este fin de semana resultaba difícil encontrar un rincón de España en el que no aparecieran en mayor o menor medida banderas españolas, pero buscando y rebuscando, hemos conseguido encontrarlo. En Valencia, en la Fiesta de la Rosa, en el mitin de Pedro Sánchez: ni una bandera española. Cuando todo el mundo saca la bandera, Pedro Sánchez la quita, el líder del PSOE es un verdadero líder social. Si algo bueno se puede sacar al final de todo esto puede ser que España empieza a desacomplejarse y a recuperar su legítimo orgullo nacional, y no en cualquier lugar sino en Cataluña. Gracias por agitar la botella de cava, aunque cuidado con el tapón.

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