Un Estado que amarga

Un escueto comunicado del pleno del Tribunal Constitucional ha tirado por tierra el primer Estado de Alarma decretado por el gobierno sanchezstein de Pedro Sánchez. Cierto es que todavía no se conoce la sentencia definitiva y, en consecuencia, habrá que esperar a que esta sea dictada para conocer los detalles de la misma. Lo cierto es que el recurso presentado por Vox contra la iniciativa gubernamental fue admitido a trámite, también es verdad que ha sido el único partido representado en el Congreso de los Diputados que, con arrestos y valentía, se opuso al abuso presidencialista, absolutamente execrable, puesto en marcha al comienzo de la pandemia. Ninguna otra formación –Partido Popular y Ciudadanos pecaron de gazmoños- ha puesto en tela de juicio el absolutismo que viene practicando el ejecutivo de la Moncloa. Recordarán Vds. que también fue la formación de Santiago Abascal la que, de manera responsable y conforme a derecho, se personó como acusación popular en el proceso del mal llamado “conflicto catalán”. Es una magnífica manera de ejercer la oposición, no sólo en las cámaras de representantes, sino a través de los órganos de justicia, que para eso están en un estado que se declara estar sometido al imperio de la ley.

La nueva ministra de Justicia, Pilar Llop Cuenca, anterior presidenta del Senado y magistrada de carrera, no ha podido iniciar de peor forma sus responsabilidades ministeriales. Y más retos tendrá que afrontar dejando aparcados sus prejuicios éticos propios de su condición profesional, lo que la llevará a plantearse el dilema entre lo legal, por tanto legítimo, y lo político, no necesariamente correcto, dada la persistente intromisión del poder ejecutivo en el poder judicial. Supongo, y no creo equivocarme, que dado que ha aceptado su nombramiento se verá abocada y precipitada al abismo del sectarismo instaurado por su jefe y mentor. La renovación del Consejo General del Poder Judicial será una prueba de fuego, como lo será el trabajo mano a mano que llevara a cabo con la Fiscalía General del Estado, cuyo poder reside en otra apóstata de la división de poderes, Dolores Delgado García, convertida en verdadera comisaria política al servicio del sanchismo. Vamos, que se tendrá que tragar sapos y culebras para contentar al narcisista presidente del Gobierno del, todavía, Reino de España.  Los asuntos relacionados con los indultados, la modificación del código penal –para mayor triunfo de los independentistas-, diseñar inventos maquiavélicos en cuestión de leyes,  para dar carnaza a los sediciosos , y cuantos proyectos de ley quieran ser aprobados, o los innumerables decretos emitidos por el Consejo de Ministros en tantas y peregrinas iniciativas, serán algunas de sus hipotecas personales. Aunque el perjurio y la falta de ética es lo que prevalece en la corte de palacio.

Sí, queridos lectores, vivimos en un estado que amarga a los españoles en su diario acontecer, sino que se lo pregunten a hosteleros, autónomos, transportistas, comerciantes, centros educativos de enseñanza concertada, agricultores, ganaderos….La lista es larga y el espacio en el que señalarlos pequeño. Fuese como fuese, el Estado de Derecho se ha transformado en estado de desecho y deshecho, que no es lo mismo. El estado social se ha dinamitado. Lean, vean y oigan la situación de miseria y paro  en que viven millones de compatriotas. Las colas del hambre son cada vez más numerosas, las del paro ni te cuento.

Y con este desolador y demoledor panorama nacional, esperando la ayuda de Europa –que no termina de llegar- como si del maná se tratara, nuestro soberbio, arrogante y demagogo presidente, va y nos suelta aquello del salto estructural, que no coyuntural. No cabe duda de que es un artista del escapismo, un dominador de la retórica santurrona cargada de eufemismos, tan vacíos como estériles, y un hombre que adolece de talante y de talento, que se parecen, pero que no es lo mismo.

Quemado su anterior gabinete, cual falla valenciana, por sus desatinos, despropósitos y desvaríos, amedrentado por las encuestas preelectorales –muy adversas a sus espurios intereses personales y partidistas-, decide una remodelación a su gusto y capricho, sin prejuicios ni cargo de conciencia. Con ínfulas de estadista reputado y distinguido, con un complejo de superioridad más que evidente, ejecuta a sus más allegados colaboradores, compañeros de fatiga en la conquista de la secretaría general del Partido Socialista –amigos personales muchos de ellos- , vasallos incondicionales de su desgobierno y sectarismo, sin ningún reparo. Prefiere la deslealtad, la infidelidad y el abandono de los suyos antes que mover el sillón de sus socios de gobierno, más mercenarios bien pagados que aliados sinceros. Su afán por perpetuarse en el poder le lleva a regalar, pactar o negociar con cualquiera que le venga en gana, con aquellos que le apuntalen en su trono imaginario, aunque sea a cualquier precio, como viene demostrando de manera permanente, reiterada y vergonzosa. Es sin duda un buen referente, un magnífico modelo del arte del mal gobierno.

Dos años y medio nos restan por sufrir a los españoles a causa del saqueo de nuestro eminente e ínclito presidente. Pero, lamentablemente, es suficiente para proseguir con su demolición y derrocamiento de España, nuestra Patria –con mayúscula-. Recuerdo aquel comentario contado con gracejo sarcástico y ácido de Alfonso Guerra cuando proclamó, en 1982, después del primer triunfo electoral del PSOE, aquello de: “Vamos a poner a España que no la va a conocer ni la madre que la parió”. Mucho ha llovido desde entonces, muchas cosas han cambiado, pero ahora bien se podría decir que: “Pedro Sánchez va a dejar a España que ni Alfonso Guerra la va a reconocer”. Así es, el legado histórico del presuntuoso presidente va a pasar a los anales de la historia de España como uno de los periodos más negros de su existencia democrática.

Queridos lectores, sufridos compatriotas, ¿Debemos seguir tolerando esta humillación nacional? ¿Tenemos que aceptar sin contestación los caprichos y el sectarismo del señor de la Moncloa? ¿Qué debemos o podemos hacer? Pues no es sencillo y sí muy comprometida la respuesta. Para empezar, no permanecer instalados en el silencio, debemos hablar fuerte y claro, sin temor ni complejos. España se encuentra en una encrucijada histórica, o escogemos salvarla o la dejamos ir por el camino de perdición por el que la conduce Sánchez. Hay que exigir a los partidos de la oposición que sean firmes en su defensa, unidos en la acción y responsables con sus compromisos programáticos adquiridos con sus votantes. Hay que acompañar a cuantas movilizaciones se convoquen contra los desvaríos, delirios y quimeras que el gobierno quiera promover. Es tiempo de actuar, de abandonar la indolencia, la indiferencia y la abulia en la que estamos instalados. Tenemos una responsabilidad ante la historia, antes nuestras generaciones venideras, ante España como empresa común y universal. “Patria o Patria”, no hay otra. Ánimo, fuerza y empeño, ésta es mi receta.

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