Todos sabemos que hay cuestiones que, por conciencia, han de abordarse en las esferas y planos más cotidianos de nuestra vida. Pero siempre hay ocasiones más señaladas en el calendario (gregoriano en nuestro caso) para abordarlas.
Así pues, el Día de los Santos Inocentes, celebrado cada 28 de diciembre, es una conveniente ocasión para condenar un genocidio completamente blanqueado por la posmodernidad relativista: la práctica anti-hipocrática que conocemos como aborto.
En su momento, el Rey Herodes ordenó el asesinato de todos los recién nacidos en Belén, poblado en el que, como se conmemoró hace unos días, nació esa figura a la que también conocemos como redentora de la humanidad, es decir, el Niño Dios, Jesús de Nazaret.
Mientras, en la actualidad, en algunos puntos del orbe avanza la cultura de la muerte, eufemísticamente conocida como interrupción voluntaria del embarazo. Bajo el impulso de la corrupción moral del «progresismo», el cortoplacismo, la intimidación y el reduccionismo relativista, se pretende salpicar la práctica médica.
Se trata de una causa global puesto que la Lex Dei (de orden natural) es universal y se aplica a todo lo que fructifique de la creación, como es el orden natural en el que estamos insertados. No obstante, hágase alguna mención al país desde el cual, bajo ciertos riesgos, se está redactando este ensayo de opinión.
La tasa de abortos mantiene una tendencia in crescendo en España. En 2023, la tasa se aproximó a un máximo histórico registrado en 2011. A su vez, supera los picos registrados en 2019 (el año pre-pandémico) y en 2008, cuando aún no estaba en vigor la ley de plazos.
Del mismo modo, no deja de ser común que haya facultativos que bajo el miedo a desentonar en materias de incorrección política pueden prescribir abortos al margen de que no quieran que se lleven a cabo en sus gabinetes (recuérdese que se quieren establecer «listas negras» para los objetores).
Ahora bien, el quid de este ensayo está más relacionado con cuestiones de comunicación y de objetivos.
La importancia de los datos interpretables
Los números jamás hablan por sí solos. Todo resultado matemático ha de estar complementado por una interpretación y una explicación que le brinden utilidad y sentido. La disciplina de la que se habla es una ciencia exacta que permite abstraer la realidad presente mediante números, leyes y axiomas.
Lo mismo ocurre con su aplicación estadística, que permite no solo estudiar la posibilidad de que ocurran determinados eventos ajenos a la hiperflexibilidad e hiperheterogeneidad de la acción humana y el orden espontáneo, sino estudiar la variabilidad de los datos.
De ahí que, como en cualquier investigación, se deban de establecer objetivos. Pero es evidente que se ha de partir de un contexto de base previo que no solo permita el desarrollo consciente del análisis, sino una útil interpretación de los resultados.
En la medida en la que haya transparencia, se debe de tener acceso a repositorios de datos sobre lo que ellos llaman «interrupción voluntaria del embarazo» (sin querer que se visualice). No importa en estos momentos determinar la fuente adecuada.
Unos datos son siempre sometidos, como mínimo, a un análisis exploratorio que no solo permita hacer estimaciones cuantitativas o detectar patrones de tendencia central y de relaciones, sino también detectar posibles anomalías (posteriormente se puede aplicar un análisis inferencial y predictivo).
El dato ha de tener calidad, de modo que se eviten registros corruptos o anómalos, para no distorsionar ningún cálculo, ya sea descriptivo, inferencial o predictivo. Pero no solo ha de preocuparnos en la medida en la que pueda haber números fuera de rango o registros de tipo not a number.
Es conveniente también tener un conocimiento sobre el tipo de fuente y las tendencias registradas en años anteriores, con los correspondientes manejos de contexto previo y actual. Se prescribe esto para identificar un patrón sesgado a propósito del cual se pueda advertir.
Con todos los cálculos que, tipológica y genéricamente, se han podido enunciar hasta el momento, es posible gozar de un respaldo matemático y numérico que permita explicar al mundo la magnitud de la cultura de la muerte, de lo que a día de hoy es un exterminio promovido por el posmodernismo deicida y revolucionario.
Limitaciones (morales) en el estudio de los datos
Cabe reiterarse en la conveniencia de tener un argumentario lo más robusto posible para el estudio del fenómeno en cuestión. Lo mismo se diría si se tratase de otra cuestión de índole diversa; por ejemplo, la propagación de un virus, la estabilidad de las parejas o las transacciones de vivienda.
De igual modo, es evidente, partiendo de la premisa de que toda vida importa, que se debe analizar la tendencia, en la medida en la que se puede detectar si se está más cerca del compromiso con el Bien o de una situación que favorece al Mal (pulsiones satánicas y demoníacas, demostradas bajo asesinato).
En otros términos, es conveniente ver en qué medida causa efectos nocivos la constante desprotección del nasciturus, reforzada por el adoctrinamiento, la censura al disidente y las persecuciones políticas e ideológicas.
También sería útil ver si una hipotética medida de orientación contraria reduce la propagación del mal. Por ejemplo, la implementación de la ley del ultrasonido de Texas, que se intentó promover en gobiernos autonómicos como el de Castilla y León.
Ahora bien, el recurso de los datos interpretables no solo necesita estar bien hecho y gestionado, sino complementado por una ambición moral finalista. Se pueden hacer comparativas, pero la finalidad de la sociedad y de los agentes políticos es llegar al aborto cero, al culmen de la victoria de la cultura de la vida.