Ayer, a las 9 de la tarde (en el horario de Washington D.C.), Donald Trump anunció, en la Casa Blanca, al juez que sustituirá en el Tribunal Supremo al progresista Anthony Kennedy -que se ha jubilado recientemente.
Durante días, se ha sembrado bastante expectación. Una de las esperanzas de esta renovación es la abolición de la sentencia Roe v. Wade, en base a la cual se tiene que garantizar el acceso a esa práctica de autoría médica llamada «aborto» en todo el territorio estadounidense.
De hecho, todo apuntaba a que se nominaría a una jueza de profundas convicciones católicas llamada Amy Coney Barrett, bastante temida por círculos pro-abortistas y políticos «progres» de los Estados Unidos, incluyendo la inhumana empresa Planned Parenthood.
Pero, sorprendente y lamentablemente, no se le nominó, aunque tampoco a ningún juez que, al parecer, tenga un perfil ideológico y moral bastante similar. ¿En serio? ¿De verdad ha hecho eso un presidente con coraje como Trump? Sí, nombrando al juez Brett Kavanaugh pero, ¿por qué?
Básicamente por las siguientes razones: colaboración para que no se fallara en contra de la política sanitaria de Obama, el plan Obamacare; y desinterés en formar parte del grupo de críticos de Roe v. Wade.
De hecho, aunque no parezca a estas alturas indudable, como señala el juez Andrew Napolitano, un libertario y pro-vida convencido que hubiera sido otra buena opción para ocupar el correspondiente asiento del Tribunal Supremo, hablamos de la opción preferida del establishment de Washington.
En cualquier caso, no ya porque no se deba prejuzgar (nosotros nos hemos basado en hechos previos probatorios), sino por tener claro que rectificar es de sabios, ojalá este juez cambiara su mentalidad y se comprometiera con la dignidad humana y la libertad sin complejos.