Artículo publicado en EL PAÍS Semanal y reproducido por Agensur
Pasaron julio y agosto, y, según la prensa y las autoridades (desde el inoperante y marrullero Gobierno de Sánchez hasta la última comunidad autónoma), todo ha ido a peor. La prensa, con las televisiones a la cabeza, ha logrado hacernos creer que la situación es más grave que en marzo o abril, cuando estábamos confinados. Como salta a la vista que esto es falso, no alcanzo a entender el propósito de semejante catastrofismo, que además lleva meses ocupando las 24 horas del día como tema único.
He contado aquí que, por razones de horario, las noticias que más veo (veía; ya no paso de los titulares) son las de TVE a las 3. Esta cadena, sufragada con dinero público y que por tanto nos “pertenece” a todos; que obedece al Gobierno con más servilismo que nunca (y ya es decir en España), se ha convertido en uno de los espectáculos más vergonzosos que recuerdo. Omite sistemáticamente cualquier indicio esperanzador, venga de científicos o investigadores extranjeros, de médicos españoles o de reconocidos virólogos. Tuve ocasión de ver una escena especialmente bochornosa: en un programa matinal, la periodista conectaba con un doctor de El Escorial, y le insistía —es la tónica— en lo fatal que iba todo, en la saturación de los hospitales y el colapso que los aguardaba en cualquier instante. Como el doctor no le daba la razón y contaba su experiencia (pocos ingresados en su centro, pocos en los otros de que tenía conocimiento), la periodista se enfurecía y le insistía una vez y mil: “¡Pero las cifras…!” El médico, paciente, le explicaba la diferencia entre un “positivo” y un enfermo (la mayoría de los primeros no están lo segundo y no requieren hospitalización, etc), lo cual encolerizaba aún más a la mujer y también a un compañero varón que se entrometió desde el plató: “¡Doctor, está llamándonos imbéciles al resto de la población!”, le espetó airado. Fuera quien fuese ese médico, tuviera razón o no tanta, sabía más del asunto que quienes lo zarandeaban con malos modos por no decirles lo que ellos querían oír y transmitir a esa población que ansiaban aterrorizar. Mucho temple tuvo el doctor para no contestarles: “No, sólo se lo llamo a ustedes dos”.
La prensa en general, y TVE en particular (luego el Gobierno Podemos-PSOE), no consienten el menor optimismo ni el menor alivio. He visto Telediarios en los que se ha destacado a reporteros a pueblos minúsculos (de 400 o hasta 200 habitantes) para que desde allí emitieran largos minutos porque —albricias— había unos cuantos casos de coronavirus. Es decir, han rastreado como locos dónde había algo alarmante o desalentador, para crear una psicosis —dura ya más de la cuenta— de verdadero terror, por lo que no sería exagerado afirmar que practican terrorismo informativo. Procuran dar los datos de la manera más caótica y confusa posible, pero siempre dirigida a que la epidemia luzca más terrible de lo que sin duda es. Tanto el Gobierno central como los autonómicos —sin excepción— contribuyen al caos, a la sensación de vacío de poder, de irresponsabilidad, vagancia, ineptitud y dejadez. Los segundos se distinguen por su absoluta insolidaridad, y se los percibe preocupados tan sólo por su imagen y por los votos regionales futuros que puedan ganar o perder, nunca por los ciudadanos ni por el país en su conjunto. Esta epidemia ha puesto de manifiesto que, si pudieran, serían reinos de taifas … siempre que sus gastos corrieran a cuenta del Estado. El mensaje de todos viene a ser: “Queremos ser independientes de España y que España sostenga económicamente nuestra independencia”.
He visto a locutoras (una tal Alejandra de torpeza infinita, una tal Melanie que contaba al menos con el pretexto de su bisoñez) anunciar con una gran sonrisa y expresión triunfal: “España lidera” (ya el verbo delataba sus intenciones) “el número de contagios en Europa, y hemos batido el récord en un solo día”. ¿Por qué esa propensión aviesa? ¿Mero sadismo? Sí, la prensa casi no existe, la mayoría es amarillista y por lo tanto histérica y sádica. Pero ha de haber algo más, sobre todo en la cadena que, desde que está un tal Enric Hernández al frente de Información y Actualidad, es dócil portavoz de las órdenes de Sánchez e Iglesias. (Nos han informado con profusión del ruido padecido por éste, pero apenas nada de las vicisitudes judiciales de su partido.) Esas noticias infladas, que suscitan un pavor continuo, son las responsables de que cada vez más países desaconsejen pisar España, con el consiguiente quebranto para una nación sustentada en el turismo y el ocio. ¿La consigna es dañar más la economía? ¿Destrozar la salud mental de la ciudadanía? Una ciudadanía atemorizada y machacada no produce, no rinde. ¿Es eso lo que se busca? No me lo explico. Claro que hay que seguir siendo prudentes y tomándonos muy en serio la plaga. Pero ¿por qué se oculta siempre lo medio bueno y se subraya o se inventa lo pésimo? No cabe sino pensar mal, la verdad: nuestros gobernantes, ¿son tan autoritarios que prefieren que el país se vaya a pique antes que renunciar a nuestra mansedumbre? Sería propio de Maduro o Trump o Bolsonaro o Erdogan. Esperemos que no lleguen tan lejos. Nada amansa tanto como el miedo permanente y cerval.