El creciente papel otorgado a los técnicos en el diseño de políticas se ha visto reforzado, tanto en la creciente legitimidad de los mismos como en su operativa, por la situación de excepcionalidad derivada de la pandemia del Covid-19. La forma de gestionar la misma nos hace recordar los escritos que tradicionalistas como Juan Vallet de Goytisolo dedicó al estudio de la tecnocracia. Son textos escritos en la España del franquismo tardío época en la que tanto las ideas tecnocráticas, al estilo del Estado de obras1 o el Crepúsculo de las ideologías 2fruto de uno de los más ilustrados técnocratas españoles, Gonzalo Férnandez de la Mora, como la política tecnificada , concretada en los planes de desarrollo, alcanzaron su máxima influencia entre nosotros.
Al igual que los antiguos teóricos del tradicionalismo hispano criticaron en su momento la deriva del Estado liberal al que veían como el principal enemigo de los fueros y libertades a Vallet de Goytisolo no le faltó intución para darse cuenta de forma inmediata que en el ideario tecnocrático estaban latentes las amenazas a las libertades en la España de la segunda mitad del siglo XX. Los viejos tradicionalistas acertaron cuando advertieron que las dinámicas del estado liberal conducirían con más o menos velocidad a la estatalización de la sociedad o al socialismo (como fácilmente puede constatarse en la evolución téorica de liberales como Stuart Mill o sus discípulos que llegaron a defenderlo explícitamente o en la deriva de los estados modernos que ya controlan cerca de la mitad de la renta producida).
En su momento podrían aparecer exageradas sus críticas, más allá del lenguaje bronco usado, pero en el fondo intuyeron muy bien las leyes de movimiento del Estado liberal. Vallet de Goytisolo hace una predicción muy semejante con respecto a las dinámicas de poder de los modernos estados dirigidos por técnicos y lo hace de forma muy original, precisamente cuando ese tipo de estado se encuentra en su apogeo y se presenta como la solución a los males de la política tradicional.
La deriva del Estado tecnocrático
La idea de un gobierno de sabios o técnicos planea desde la antiguedad, si bien no ha sido hasta el siglo XX que se han conformado gobiernos cuyo principio de legitimación se base en el conocimiento o más recientemente en la ciencia como principio3. Aparte de Platón, y después de él algunos pensadores utópicos, no es hasta el momento de la aparición del método científico en que se comienza a esbozar un gobierno de estas características. No es casual que en un gobernante británico, con poca reputación de honrado, Francis Bacon, coincidan a un tiempo el gobernante, el filósofo inventor del método científico y el diseñador de utopías gobernadas por sabios, como su Nueva Atlántida ni que de ahí partan las ensoñaciones de gobiernos de técnicos.
Digo que no es casual, pues tan insigne teórico en el momento de ostentar cargos de responsabilidad no parece haber aplicado sus nobles principios a la ciencia del gobierno sino que los usó para involucrarse en corruptelas e incluso crímenes. Sin embargo el desarrollo contemporáneo de la tecnocracia4 se dio en Francia en el siglo XIX primero con la obra de Saint Simon, quien diseñó un parlamento de banqueros e ingenieros para regir de forma científica al país. Su discípulo Auguste Comte, inventor del positivismo, desarrolló una verdadera religión de los ingenieros basada en el culto al progreso y la técnica. Sus ideas influyeron en la creación de escuelas politécnicas y centros de estudio para formar élites, élites que hasta el día de hoy forman la clase dirigente francesa. Floreció también la tecnocracia en los Estados Unidos de la era progresiva, a comienzos el siglo XX, y tuvo sus bardos en el economista institucionalista Thorstein Veblen quien pensó un mundo dirigido por ingenieros, y en el industrial King Gillette, quien además de fabricar maquinillas de afeitar contribuyó a la creación de un poderoso movimiento en pro del gobierno de científicos y técnicos.
El advenimiento del socialismo, primero en la Unión Soviética y los países del este de Europa , y con él la economía de planificación central resultó en un incremento enorme de la influencia de los expertos en la formulación de políticas públicas al tiempo que reforzó extraordinariamente su prestigio. Los supuestos éxitos de este modelo (las estadísticas de la Unión Soviética y de sus satélites digamos que no se caracterizaban por ser muy precisas ) les llevó a ser imitados en muchos países del mundo, tanto occidentales, cómo Francia y su comisariado del plan, como en territorios recientemente descolonizados. Esta supuesta eficacia del modelo llevó incluso a que en alguna etapa del franquismo se quisiese imitar parcialmente este modelo. En puridad no podemos decir que estos modelos fuesen puramente tecnocráticos pues en última instancia las decisiones eran tomadas por políticos, ya fuesen del partido comunista, ya de alguna dictadura desarrollista, ya de gobiernos democráticos, pero si que se podría afirmar que la legitimación de las decisiones políticas se basaba en su carácter técnico y que se hacían derivar al juicio de los expertos, que servían como cortafuegos en caso de fracaso.
Precisamente por esto no es menos cierto afirmar que los técnicos vieron reforzado su poder y sobre todo consiguieron posicionarse como un nuevo actor en el conflicto de clases entre obreros y burgueses. Alvin Gouldner, gran analista y crítico del fenómeno tecnocrático se refiere a ellos como “la nueva clase”5. Un análisis en términos marxistas de la historia de la lucha de clases nos revela que nunca triunfó ninguna de las dos clases en conflicto. De la lucha de patricios y plebeyos salió triunfante el señor feudal y de la lucha entre este y los siervos el burgués. En el momento de escribir este libro, Gouldner advierte de la posibilidad de que en la lucha entre el proletariado y la burguesía pudiese ganar la nueva clase de técnicos y expertos, no sólo en el combate político sino también en el ideológico. La prueba estaría en el desarrollo en medios académicos occidentales muy próximos al poder tecnocrático (los famosos cabezas de huevo que rodeaban a Kennedy en su mitificado Camelot) de teorías como las de la modernización política (que requeriría de un grupo nutrido de expertos encargados de diseñarlas)6, las del desarrollo económico o las de la toma racional de decisiones políticas, gracias a herramientas como la teoría de juegos, los análisis de coste beneficio o los esquemas DAFO entre muchas otras. A estas herramientas se le unen las teorías de la sociedad postindustrial de Alain Touraine7 y sobre todo del príncipe de todos ellos el muy conectado e influyente Daniel Bell8, teorías que afirman el advenimiento de una sociedad desideologizada y en la cual el único objetivo es la modernidad social y el crecimiento económico, principios estos a los cuales hay que subordinar el resto de demandas sociales, y es más, sólo los técnicos contarían con el instrumental y las recetas para alcanzar estos fines, y por tanto con la legitimidad necesaria para dirigir las sociedades. Es la era de la teoría de la convergencia de sistemas económicos, entre capitalistas y comunistas alcanzado dirigida por los expertos que habían alcanzado preeminencia en ambos bloques, y que son social y culturalmente intercambiables.
Recepción en España de la tecnocracia: la critica de Vallet de Goytisolo
Al tiempo que los teóricos de la modernización y el desarrollo elaboraban sus teorías, en los años 50 y 60, en España se dio un doble proceso de introducción de las mismas. En primer lugar en el ámbito de las políticas públicas el Plan de Estabilización de 19599 implantado por un grupo de expertos próximos al Opus Dei dió rápidos frutos económicos y se consiguieron tasas de crecimiento económico similares o incluso superiores a las que habían experimentado otros paises europeos como Alemania o Italia tras las reformas económicas de la posguerra, inspiradas en principios ordoliberales. Estos éxitos fueron rápidamente atribuidos al control tecnocrático de la economía, lo que reforzó mucho su prestigio dentro de los círculos políticos. No es aquí el sitio para analizar en profundidad las causas del proceso de desarrollo pero me temo que se debió más a lo que no hicieron que a lo que hicieron. El éxito no se debió tanto a los polos de desarrollo o al dirigismo industrial al estilo del MITI japonés como a la liberación de precios y desregulación que acompañó al proceso, pero el efecto político fue el mismo, el refuerzo del poder tecnocrático en España al menos por una década.
El otro fenómeno, correlativo al anterior, que se experimentó en la España de la época se dió en al ámbito intelectual y consistió en la aparición de ideario tecnocrático en España10, impulsado esta vez desde sectores del propio régimen. El más brillante de sus teóricos fue sin duda el embajador y ministro Gonzalo Fernández de la Mora11. Este parece seguir el ideario tecnocrático en todos y cada uno de sus puntos, eso si matizado algo por su catolicismo. En su tiempo su obra fue considerada una suerte de plagio de la de Daniel Bell, algo que no es cierto en la forma (sus libros son muy distintos y se nota que provienen de tradiciones intlectuales muy distintas) pero sí en el fondo, pues su obra toca muchos de los puntos que preocupan a Bell y con conclusiones bastante semejantes. Su obra El crepúsculo de las ideologías podría bien relacionarse en su temática con El fin de las ideologías, aunque repito son libros bien distintos y temas presentes en el Estado de obras de Fernández de la Mora se encuentran presentes en El advenimiento de la la sociedad postindustrial . Ambos autores disfrutaron en mayor o menor de la proximidad del poder y pudieron ver como muchas de sus ideas se plasmaban en obras y proyectos. Ambos compartían en mayor o menor grado una fé en un estado desideologizado, gobernado por técnicos y expertos y orientado al desarrollo político y al progreso económico. Aparte de Gonzalo Fernández de la Mora, la tecnocracia española dejó poca obra escrita pero si un legado de influencia y poder en la vida política, que perdura hasta hoy. De hecho son críticas recurrentes a buena parte de los gobiernos de la democracia española actual más que su deriva ideológica su carencia de expertos y gestores en puestos de dirección.
Es en estos años de apogeo de la tecnocracia cuan Juan Vallet de Goytisolo escribe sus obras sobre la tecnocracia12. Sorprende en ellas su dureza contra tal forma de gobierno, cuya deriva final sería una suerte de totalitarismo. Pero sorprende también porque su crítica se realiza en un tiempo en el que esta está asociada a importantes logros económicos, como el creciemiento del nivel de vida como el desarrollo tecnológico, no sólo es España sino en muchos lugares del mundo. Además cuenta con un indudable prestigio intelectual y no se le pueden achacar grandes crímenes o violaciones de derechos humanos análogas a las de los grandes totalitarismos. Pero su gran intuición ve muy bien el problema y elabora una crítica profunda, más intuitiva que elaborada pero con un enorme potencial de desarrollo.
Si hubiese que sintetizarla en un sólo punto este podría ser que la tecnocracia ve a los seres humanos no como personas sino como cosas, como materia que puede ser moldeada y dirigida hacia los fines que los gobernantes quieren. No cuentan las comunidades o las tradiciones sino los designios de la élite tecnoburocrática. Es más al igual que existen técnicas para moldear la materia física como el barro, el hierro o el cristal al que se le puede dar la forma que quiere ellos haciendo uso de las ciencias en las que se inspiran y a las que envidian, pretenden establecer tecnologías científicas de gobierno. De ahí el desarrollo de ciencias sociales conductistas o el uso de formalizaciones matemáticas para legitimar sus decisiones tan políticas como cualquier otras13. Pensemos, por ejemplo, en la moderna y matematizada economía neoclásica que trata las acciones humanas como meras funciones (en el sentido matemático) de unas variables que ellos se encargan de ajustar correctamente.
Para poder amasar correctamente al ser humano y hacer figuritas de pan con él precisa antes convertirlo antes en masa moldeable14, como bien apunta nuestro autor al referirse a la destrucción de las comunidades y la creación del hombre-masa al que Ortega se refería. Para conseguir masificar al hombre el estado tecnocrático necesita antes acabar con los cuerpos intermedios, paradójicamente aquellos en los cuales el ser humano es verdaderamente un individuo. Sólo somos realmente individuos en nuestra familia, en nuestra comunidad o en nuestra parroquia. En esas instituciones nos conocen, saben de nuestros gustos, ideas o forma de ser, pues delante del estado el individuo no es más que el número del carnet de identidad. Sólo privados de referencias comunitarias podrá entonces, como bien apunta Vallet, conseguir el tecnócrata sus últimos objetivos. Cuando leemos a los teóricos de la “modernización política”, vemos que buscan deliberadamente atacar tradiciones y formas de organización social consideradas por ellos atrasadas, y sustituirlas por formas masivas, consideradas modernas. Los modelos a imitar como ejemplo de sociedad moderna son las poblaciones de las grandes urbes occidentales o en menor medida la Unión Soviética, forma también moderna pero desviada. No sólo buscan occidentalizar, cualquiera que sea la definición de tal cosa, sino urbanizar, esto es masificar a la población que aún no se dio cuenta de las ventajas de la moderna sociedad tecnificada. La denuncia de Vallet fue como dijimos muy valiente en su tiempo y contaba con un potencial enorme de desarrollo, pero por desgracia no fue continuada ni fertilizada, salvo alguna excepción, ni siquiera dentro del pensamiento tradicionalista. Las izquierdas planteaban en los años setenta modelos semejantes y las derechas, que quizás querían reivindicar el legado desarrollista del franquismo, no se atrevieron a cuestionar el modelo y el legado de Vallet quedó poco a poco olvidado.
¿Por qué reivindicar hoy el legado de Vallet de Goytisolo sobre la tecnocracia?
La discusión de los valores de la tecnocracia como forma de gobierno siempre ha estado presente en los últimos decenios y sobre todo en tiempos de crisis. Recordemos que durante la crisis económica de 2008 varios gobiernos europeos, el de Italia y Grecia por lo menos, han sustituido de forma más o menos artera a sus gobernantes electos por técnicos provenientes de instituciones financieras (con poco éxito por cierto en la gestión). En el escenario de crisis que se avecina como consecuencia de la pandemia global comienzan a oírse voces en el mundo occidental que reclaman gobiernos de expertos despolitizados a imagen y semejanza de la China Popular, poniendo en valor su supuesta eficacia a la hora de tratar con los problemas derivados de esta. Esto es se pretende dotar a los gobiernos de la potestad de suprimir buena parte de nuestras libertades a cambio de una mayor capacidad de gestión. De hecho buena parte de los gobiernos de nuestro entorno han incorporado a su gabinete especialistas en áreas próximas a la salud pública o la virología que pretenden dictar los procedimientos de actuación, incluso en áreas fuera de su competencia, sin contar estos con ningún tipo de legitimidad democrática. Se reclama incluso que sean estos quienes decidan aspectos muy sustanciales desde la regulación de la vida económica a los calendarios escolares.
El primer problema es que la mayor parte de estos expertos, en ala línea de lo que antes se apuntaba, tienden a tener una visión muy especializada de los problemas15, de tal forma que los epidemiólogos buscarán derrotar al virus con las armas de su profesión, aunque se hunda la economía mientras que los expertos en esta primaran soluciones aún a costa de daños en la salud. En segundo lugar estaría la cuestión tanto de quien selecciona a los expertos y de que áreas deben ser. En una crisis como esta se puede recurrir a expertos en salud, microbiología, economía, gestión de crisis o logística por poner algunos ejemplos. No hay ningún criterio para determinar cual debe ser el tipo de experto predominante, es una decisión en última instancia política. Por último quedaría determinar que criterio de decisión usar cuando las opiniones de los expertos difieren entre sí. Los científicos naturales discrepan entre sí de la misma forma en que lo hacen los sociales, tanto en las explicaciones del fenómeno como en la estrategia a seguir. El asunto es cómo escoger la postura correcta, y me temo que tampoco hay un criterio salvo el político que es al final quien tiene el poder. Temo que, como casi siempre ocurre, la tecnocracia no sea más que una fórmula de legitimación política del poder ya establecido, sólo que es una legitimación potencialmente más opresiva que la mayoría de las fórmulas tradicionales, como bien supo ver el maestro Vallet de Goytisolo.
Referencias bibliográficas
1Vid., Gonzalo Fernández de la Mora, El Estado de obras, Doncel, Madrid, 1976.
2Vid.,, Gonzalo Férnandez de la Mora, El crepúsculo de las ideologías, Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
3Sobre el concepto de tecnocracia vid., Manuel Garcia Pelayo, “Burocracia y tecnocracia” en Manuel Garcia Pelayo, Burocracia, tecnocracia y otros escritos, Alianza, Madrid, 1974, pp. 9-127.
4Vid., W.H.G. Armytage, Historia social de la tecnocracia, Península, Barcelona, 1970.
5Vid., Alvin Gouldner, El futuro de los intelectuales y el ascenso de la nueva clase, Alianza, Madrid, 1979
6Vid., Nils Gilman, Mandarins of the Future: Modernization Theory in Cold War America, John Hopkins University Press, Baltimore, 2003.
7Vid., Alain Touraine, La sociedad post-industrial, Ariel, Barcelona, 1973.
8Vid., Daniel Bell, El fin de las ideologías, Tecnos, Madrid, 1964; Idem, El advenimiento de la sociedad post-industrial, Alianza, Madrid, 1976.
9Vid., Manuel Jesús Gónzalez Gónzalez, La economía política del franquismo (1940-1970): dirigismo, mercado y planificación, Tecnos, Madrid, 1979.
10Vid., Jesús María Zaratiegui Labiano, La tecnocracia y su introducción en España, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2020.
11Sobre el pensamiento político de Gonzalo Fernández de la Mora vid.,; Pedro Carlos Gónzalez Cuevas, La razón conservadora: Gonzalo Fernández de la Mora, una biografía politico-intelectual ,Biblioteca Nueva, Madrid, 2015: Alvaro Rodríguez Nuñez, Contra la oligarquía y el caciquismo del siglo XXI. El pensamiento político de Gonzalo Fernández de la Mora, CSED, Astorga, 2015,
12Vallet dedicó varios ensayos al tema además del libro antes citado sobre la sociedad de masas. Véase: Juan Vallet de Goytisolo, Ideología, praxis y mito de la tecnocracia, Escelicer, Madrid,; Idem, “La tecnocracia” en Verbo, nº 158, septiembre-octubre 1977, pp. 1153-1172; Idem, En torno a la tecnocracia, Speiro, Madrid, 1982; Idem, “Tecnocracia” en Juan Vallet de Goytisolo, Mas sobre temas de hoy, Speiro, Madrid, 1979, pp. 333-361.
13Vid., Frank Fischer, Technocracy and the politics of expertise, Sage, Newbury Park,1990.
14Sobre el proceso de masificación social es imprescindible: Juan Vallet de Goytisolo, Sociedad de masas y derecho, Taurus, Madrid, 1968.
15Sobre estos temas vid. : Philip E. Tetlock, El jucio político de los expertos, Capitán Swing, Madrid, 2016.