La organizadora del entuerto ha sido la nueva directiva comunitaria sobre seguridad de los juguetes. En virtud de dicha directiva, La UE prohibirá todos aquellos juguetes contenidos en productos alimenticios en los que haya que comer el alimento para alcanzar el juguete, siempre que éste no esté embalado correctamente y pueda ser ingerido por accidente. No es broma por tanto que hemos estado a punto de quedarnos sin comernos un rosco.
Los huevos de chocolate, otra víctima potencial de la burocracia europea, han salvado el negocio gracias a la generosa cápsula de plástico que envuelve el juguete.
Los tecnócratas europeos, víctimas de un ataque de estupefacción al descubrir que la ingesta de roscos de Reyes era una práctica todavía no regulada, han dedicado su valioso tiempo a elucubrar acerca de si la escurridiza naturaleza del haba la hace pertenecer o no a la categoría de juguete. Sólo oscuros arcanos filosóficos han impedido, por tanto, la prohibición del rosco. De momento.
Insistimos en que todo esto no es una broma, aunque resulta bastante revelador de los niveles de paroxismo que alcanza el prurito intervensionista que parece sino de nuestra época.