La división mostrada ayer por el feminismo en la celebración del 8M es algo más que una anécdota más o menos reseñable, incluso celebrable por los detractores del marxismo de género y el discurso único feminista obligatorio. Más aún cuando la división que se puso de manifiesto -incluso a tortas- no tiene como origen una mera disputa de caras, cargos o siglas, sino un debate filosófico de fondo. Las tres principales cuestiones que enfrentan a las feministas son la prostitución, los vientres de alquiler y la autodeterminación de género.
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Interesa particularmente el debate sobre la autodeterminación de género porque supone un auténtico vaciado de la propia categoría de “mujer”. Es decir, que alguien pueda convertirse en mujer por el mero hecho de declararse mujer es como admitir que alguien pudiera ser negro por el mero hecho de declararse negro. Aparte del sinsentido de la idea, supondría vaciar de contenido la idea y la categoría de negro. Cualquiera podría convertirse en negro. Cualquiera podría dejar de ser negro. Cualquiera podría ser negro un día y blanco o amarillo al día siguiente. Habría negros blancos y blancos negros. Ser negro dejaría de significar algo. Habría que preguntarles a los negros si eran negros y habría que distinguir entre negros negros, negros blancos, blancos negros, los a-raza, los transraciales, etc. Ser negro sería no ser nada. O ser cualquier cosa, que vendría a ser lo mismo. Pues bien, esto mismo es lo que se produce respecto a la mujer en virtud de la autodeterminación de género. Que ser mujer no es nada. La cuestión es cómo seguir llamando feminismo a un movimiento que reduce la naturaleza e identidad de la mujer a la nada.
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Lo discutible no se puede imponer
Todo esto tiene una clara e inmediata repercusión sobre programas educativos como SKOLAE y en general sobre cualquier programa educativo o asignatura similar. Es decir, la famosa ideología de género, que constituye la esencia de un programa como SKOLAE, queda absolutamente interpelada y cuestionada por este debate. El género no puede reducirse a una mera construcción social. La biología no puede quedar totalmente ignorada en la cuestión de la identidad sexual. De hecho no puede aceptarse que hay hombres encerrados en los cuerpos de mujeres o viceversa si, al mismo tiempo, se niega que exista una naturaleza o identidad femenina y otra masculina que puedan estar encerradas en el cuerpo equivocado. Lo mismo si se afirma que esa naturaleza o esa identidad son una mera construcción cultural. Si sólo somos el resultado de la educación, no podría haber hombres que se sienten mujeres o viceversa precisamente en contra, como se dice, de toda la educación recibida. Si a una mujer le gusta jugar al fútbol, arrancar la cabeza a las muñecas y ver a sus compañeras enjabonarse en la ducha, a fecha de hoy el feminismo no tiene una respuesta clara y unitaria sobre cómo saber si es una lesbiana, una bisexual, un hombre heterosexual encerrado en el cuerpo de una mujer o un bombardero de Putin. Aunque no sea su problema, pero lo puede ser de todos los niños que caigan en sus manos, el feminismo tampoco tiene forma de que un niño distinga entre si es un hombre en el cuerpo de un hombre o una lesbiana en el cuerpo de un hombre. Ni de que una niña sepa si es una mujer en el cuerpo de un mujer o un hombre heterosexual en el cuerpo de una mujer. ¿Cómo saber entonces si alguien está en el cuerpo correcto o equivocado? Nos cargamos cualquier idea de qué significa ser hombre o mujer pero después aceptamos el principio de que hay hombres y mujeres con los cuerpos equivocados. Todo normal. Todo bajo control.
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La cuestión de fondo es que todo esto no se presenta como un conjunto de ideas más o menos extravagantes, más o menos incoherentes y más o menos opinables, sino como postulados científicos, por tanto indiscutibles, y por tanto obligatorios e imponibles. Salta a la vista sin embargo, y por eso es importante la división del feminismo vista ayer, que ni las feministas se ponen de acuerdo acerca de sus propios postulados. Todos venimos viendo hace tiempo cómo se construyen actualmente los comités de expertos y los consensos científicos, cómo los comités de expertos se limitan a confirmar las ideas previas de los gobiernos que los crean, y cómo el dinero público ayuda a crear los consensos. No es por tanto que la división del feminismo en torno a la ideología y la autodeterminación de género resulte necesaria para advertir que todo esto es una patraña, pero la división del feminismo acerca de sus verdades indiscutibles hace la patraña mucho más evidente. Lo que procede de inmediato por tanto es detener todos los programas escolares obligatorios que consisten en la imposición de todas estas patrañas con el fin de adoctrinar a los niños y con el resultado de perturbarlos.
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