Santiago Cervera es una de las pruebas vivientes de la forma en que ha entrado en decadencia la política foral/española. Afortunadamente aún se puede disfrutar ocasionalmente de las reflexiones de Cervera nada menos que en el Diario de Noticias. Así Joseba Santamaría puede presumir de pluralista y Cervera predicar en territorio caníbal, que es donde tienen que ir a predicar los misioneros. Esperemos que un día de estos Santamaría no se coma a Cervera si se le convierte demasiados caníbales. Cuidado con Cervera, que piensa.
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Podría decirse que uno de los lujos de Cervera tras su amurallado periplo es poder decir lo que piensa sin tapujos, claro que para ser fiel a la verdad eso ya lo hacía antes del incidente de la muralla. Lo mismo por eso le pasó lo de la muralla. Murallas al margen la de Cervera es una de las pocas voces que, contra la demagogia imperante, ha intentado razonar en estos tiempos a favor de las patentes de las vacunas. En un artículo de hace un par de semanas titulado “Patentes”, Cervera aportaba algunos argumentos interesantes en contra de tratar de acabar con las patentes.
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El primer argumento es que “una patente es un sistema que permite que quien haya invertido en obtener una innovación pueda recuperar esa inversión caso de que obtenga éxito -que no siempre ocurre- y caso de que haya un mercado que se lo reconozca -que tampoco es seguro-”. Como apunta Cervera, a cualquier de los que se opone a las patentes le gusta que en su banco le den unos intereses por sus ahorros, pero no le parece bien que cualquier accionista anónimo, grande o pequeño (comprar una acción de Pfizer sólo cuesta 39 dólares y cualquiera puede hacerlo) arriesgue su dinero en una empresa dedicada a descubrir cosas nuevas, con la esperanza de obtener un beneficio por asumir ese riesgo. Cervera señala que “este principio, aplicado al sector farmacéutico, significaría que si no hubiera patentes, ninguna empresa se arriesgaría a desarrollar fármacos o vacunas novedosas, porque sería literalmente tirar el dinero”. Efectivamente, se está planteando poco menos que cuando una empresa que arriesga el dinero en un fármaco obtiene un fracaso corra con las pérdidas, pero que cuando tiene éxito renuncie a las patentes.
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El segundo argumento de peso es que fabricar una vacuna no es una cosa que Otegui y Echenique puedan hacer en la bañera de su casa aunque se liberen las patentes. “Para fabricar una sola dosis de una de las de mRNA (Moderna o Pfizer)”, explica Cervera, “hacen falta cerca de 280 productos diferentes, que se producen en 19 países distintos, muchos de ellos sometidos a sus propias patentes en muy distintas jurisdicciones, que se conjugan en un proceso biotecnológico único. Verbigracia, extraer fragmentos genéticos de un banco celular maestro (que ha de conservarse adecuadamente), crear los plásmidos, integrarlos en bacterias, cultivar esas bacterias en biorreactores con nutrientes especiales, fermentar el caldo bacteriano, romper las bacterias y recolectar los plásmidos, purificarlos, cortarlos mediante tijeras enzimáticas, trascribirlos a mRNA, linealizarlos, purificarlos de nuevo, congelarlos, envasarlos y prepararlos para su conjunción con la cápsula de lipoproteínas que actuará de vehículo dentro de nuestro organismo, la cual exige a su vez un proceso de elaboración no menos complejo. Para, finalmente, ensamblarlo todo y meterlo en viales, que también están hechos de un vidrio especial. Y luego llega la parte logística, no menos complicada, para la que se necesitan cajas específicas con control de temperatura y rastreo por GPS. De verdad, ¿alguien cree que todo esto se puede poner en marcha simplemente «liberando la patente», como nos están contando estos cantamañanas? Ni una vacuna consiste en una sola patente, ni aunque todas las patentes fueran de dominio común habría instalaciones en las que poder desarrollar el proceso. Porque todas las que lo pueden hacer ya están trabajando a pleno ritmo, y el problema por el que no tenemos más dosis es de complejidad de la producción, no de codicia de las farmacéuticas”.
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En tercer lugar y para terminar, Cervera apunta que la más cara de las vacunas cuesta poco más que un menú del McDonald’s. En un año, indica el ex-diputado, “el valor bursátil de Pfizer ha aumentado un 12,25%, el de Johnson & Johnson un 13,32%, y el de AstraZeneca ha bajado un 11,16%. En el mismo periodo, Apple ha subido un 67,95%, Google un 69,90% y Amazon un 38,33%”. De todos estas empresas, Cervera no tiene dudas de cuáles son las que nos están salvando de la calamidad, sin embargo es contra ellas contra las que se quiere cargar, como si estuvieran siendo el problema y no la solución.
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