Puede parecer una cuestión menor, pero el uso del lenguaje nunca lo es. Encontrar un nombre adecuado a los que ahora llamamos “antifascistas” es un problema de primera magnitud. Para empezar, porque las personas a las que agreden los antifascistas no son fascistas. Es decir, llamar antifascistas a los antifascistas cuando no luchan contra fascistas es para empezar una inexactitud, pero esto no es lo peor. Cuando a quien le abre la cabeza a otro de una pedrada lo llamamos “antifascista”, por un lado estamos llamando fascista a la víctima de la pedrada, lo sea o no, y por otro lado y por esto mismo estamos otorgando al agresor una cierta justificación. Es como si un grupo de personas que se autodenominaran como “antiladrones” se dedicara a dar palizas a políticos de izquierdas, fueran ladrones o no.
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Desde luego subyace en todo este asunto, además, la necesidad de entender mínimamente lo que significa el fascismo. Irónicamente, los llamados “antifascistas” en general tienen bastante más cosas en común con los fascistas que las personas a las que agreden, coartan, amenazan e insultan, para empezar el uso de métodos fascistas.
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Doctrinal y filosóficamente, el fascismo es un movimiento próximo al socialismo. Mussolini fue director del periódico Avanti!, diario oficial del Partido Socialista Italiano. Hitler creó el NSDAP, un partido que no se autodenomina liberal, ni tradicionalista, ni católico, sino alemán, socialista y obrero. Como el PSOE, podríamos apuntar con maldad. Cualquiera que se lea el programa del NSDAP puede comprobar que, más allá del nombre, efectivamente se trata de un programa estatalista, intervencionista, colectivista e izquierdista.
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Obviamente entrar a considerar todo lo anterior es un pequeño exceso porque, en la práctica, los antifas llaman fascista a todos los que no piensan como ellos. Es no pensar como ellos y llevarles la contraria lo que convierte a cualquiera en fascista. Las alternativas son o someterse a su pensamiento o ser considerado fascista. Todo el que no piensa como ellos, o sea todo el que es un fascista, puede y debe ser agredido violentamente porque al fascismo no se le discute, se le combate. Luchar violentamente contra el fascismo no sólo es una opción, sino casi una obligación.
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Por todo lo anterior no tiene sentido llamar antifascistas a los autodenominados antifascistas. En realidad el nombre que les casaría mejor sería precisamente el de fascistas. En todo caso, dados sus matices y rasgos actuales, podrían ser calificados como comunistas o ultraizquierdistas. En algunos casos ultranacionalistas, pero ultraizquierdistas al mismo tiempo, lo cual por cierto explica la complicidad de la ultraizquierda con el ultraizquierdismo nacionalista. Nacionalismo, pero ultraizquierdista.
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Un comentario
La cosa es mucho más sencilla: elementos o partidos que se consideran y autodenominan de izquierdas o, directamente, comunistas, cuando se ponen en plan violento lo hacen bajo la etiqueta de «antifascistas». De paso dan a entender que el comunismo es bueno y el fascismo malo. Lo malo es que son machacones en la utilización del lenguaje y, como se dice ahora, la gente «compra» esa mercancía, aunque esté averiada.
Resumen: no son antifascistas, son comunistas. Aunque la mona se vista de seda…