¿Quién está detrás de los sabotajes a la hípica y la zona azul de la Chantrea?

El alcalde de Pamplona, Enrique Maya, condenaba ayer los sabotajes al concurso de hípica de la Ciudadela y a los parquímetros, marcaciones y señales de la zona azul en la Chantrea. En este último caso la cuantificación de la gracieta supera los 60.000 euros que los pamploneses tendrán que pagar entre todos. La Policía Municipal de Pamplona, no obstante, detuvo a dos superdotados pintando el anagrama de ETA sobre las líneas azules, lo que con un modelo sancionador menos progresista que el nuestro ya habría resuelto el problema de pagar esos 60.000 euros de desperfectos, además de contar con dos valiosos voluntarios futuros para limpiar alcantarillas, recoger basura de los parques o retirar heces perrunas de las aceras. Tampoco estaría de más convocarlos cuando hubiera que limpiar pintadas a favor de ETA estampadas en el paisaje urbano por otros superdotados. Por lo que se refiere a lo sucedido en la Ciudadela, el sabotaje tuvo lugar contra una de las máquinas que se están utilizando para preparar la zona para el concurso de hípica.

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Lo sucedido no hace sino enfrentarnos una vez más al totalitarismo de la extrema izquierda abertzale. Como es lógico el alcalde de Pamplona ha extendido la sombra de la sospecha respecto a la autoría de estos sabotajes sobre la izquierda abertzale, que lleva tiempo señalando estos objetivos. Al parecer el azul no hace juego con la Chantrea, aunque Bildu no eliminó ninguna zona azul cuando ocupaba la alcaldía, e incluso mantuvo la zona naranja sanferminera que tanto había criticado en la oposición. Respecto a la hípica, como el flamenco no tiene tradición en Euskal Herria. El jazz tampoco pero no se atenta contra los músicos de jazz, aunque no queremos dar ideas. Con eso y con todo la clave no es el acuerdo o el legítimo desacuerdo con la zona azul o la hípica, sino el uso de la violencia.

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La izquierda abertzale tiene una doble veta violenta, por lo izquierdista y por lo abertzale. Hemos visto a la izquierda abertzale utilizar la violencia para imponer su punto de vista sobre la autodeterminación, por ejemplo, pero también para imponer su punto de vista sobre la energía nuclear, los pantanos, los trenes o el trazado de las autovías. No toda la violencia que ha ejercido la izquierda abertzale ha tenido que ver por tanto con cuestiones nacionalistas, también ha ejercido y/o justificado la violencia por otras muchas cuestiones políticas. Es por ello que la izquierda abertzale confluye naturalmente con la violencia de la extrema izquierda en muchos asuntos. Es por ello asimismo que la extrema izquierda totalitaria no ve en la izquierda abertzale una amenaza sino un aliado, por eso los líderes de la extrema izquierda española pueden aparecer por una herriko taberna no sólo sin sentirse amenazados, sino como unos parientes queridos.

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Por otro lado, la violencia de la izquierda abertzale no termina nunca de desaparecer porque la izquierda abertzale se ha convertido en un socio determinante. Para empezar, la izquierda no debería haber elegido pactar con quienes jalean a los violentos que usan la fuerza para lograr sus objetivos y eliminar a sus rivales, por una mera cuestión moral. Una vez que conviertes a los violentos en tus socios, además, pasas a depender de ellos y no se puede depender de alguien y combatirlo al mismo tiempo. Tampoco puedes pasarte el día señalando lo impresentables que son tus socios sin menoscabar la imagen de tu propia sociedad, por lo que al final en vez de atacarlos acabas blanqueándolos. Todo esto reafirma, valida y retroalimenta la vidriosa relación con la violencia de tus socios, lo que perpetúa las pintadas, amenazas, agresiones, escraches y sabotajes. No es de extrañar por tanto que sucedan cosas como las de la Chantrea o la Ciudadela. Pensemos sin más en los “txabales de Alsasua”. No hay cuestionamiento, no hay autocrítica, no hay evolución. Podríamos estar peor porque no hay tiros en la nuca pero eso no es suficiente. No tienen derecho a pegar, amenazar o romper porque hayan dejado de matar. No tienen derecho a matar, pero tampoco a pegar, amenazar, ni romper. Y no recurren a la violencia tampoco por una cuestión patriótica sino por llevarles la contraria en cualquier asunto, aunque sea tan trivial como pintar una zona azul.

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