Regresamos del parón vacacional y, lamentablemente, tenemos que volver a hablar del maldito coronavirus. Cuando la redacción se fue de vacaciones el 6 de julio aún resonaban en nuestros oídos las palabras de nuestro bienamado presidente Pedro Sánchez pronunciadas allá por mayo, cuando dijo que estábamos a 100 días de la inmunidad de grupo. Eso significaba que la inmunidad de grupo la alcanzaríamos el 18 de agosto, pasado mañana. Como en las próximas 48 horas no se produzca algún tipo de milagro resulta evidente que el miércoles no habremos alcanzado ningún tipo de inmunidad de grupo real. Las previsiones le han vuelto a fallar al gobierno, que por otro lado ya se ha convertido en lo previsible que le pase al gobierno. Tampoco pasa nada porque aquí nadie recuerda lo que sucedió hace una semana, como para recordar lo que se dijo hace 100 días. Si España tuviera memoria este gobierno y todo su aparataje mediático comprado con el dinero de todos estaría acabado hace tiempo.
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El hecho es que si nos remontamos al pasado 10 de mayo, hace casi 100 días, cuando el profeta anunció la llegada a España de la inmunidad de grupo, la incidencia acumulada de los contagios estaba en 188, frente a los 462 actuales; la ocupación de camas UCI era del 21% frente al 20,7% actual; y los muertos semanales eran 194, frente a los 313 en la actualidad. Es decir, estamos igual o peor que en mayo, con la diferencia de que el 10 de mayo sólo había un 13% de españoles con la pauta completa de la vacuna frente al 62% actual. No hace falta ser un negacionista para preguntarse si la eficacia de las vacunas está siendo la esperada o mucho menor. Añadamos a eso que el 10 de mayo, recién acabado el estado de alarma, teníamos menos restricciones que en el momento actual.
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Las dudas sobre la eficacia de las vacunas coinciden paradójicamente con una creciente presión para imponer su obligatoriedad. Es decir, si la eficacia de los resultados estuviera a la vista no sería necesario aumentar la presión. Por otro lado cómo sería posible no tener algunas dudas cuando, pese al regreso de las restricciones, sigue la presión sobre los hospitales, aumenta el número de muertos y ya se nos anuncia la necesidad de una tercera dosis de refuerzo, aunque a la mayoría de los españoles no hace ni 6 meses que les han vacunado con la segunda dosis. Esto no quiere decir que el discurso negacionista respecto a las vacunas sea cierto, pero lamentablemente parece que tampoco lo es el discurso triunfalista. Entre los datos que el gobierno hace públicos no se encuentran los porcentajes de vacunados y no vacunados entre los muertos o ingresados en UCI. Antes de obligar a nadie a vacunarse, ¿no sería bueno convencerle con datos? ¿Por qué entonces se pretende imponer la vacuna en vez de convencer con transparencia y con datos?
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Volviendo al 12 de mayo y a los datos oficiales, en aquella fecha se contabilizaban desde junio de 2020 (cuando terminó el confinamiento domiciliario) 49.346 fallecimientos, frente a los 52.453 actuales. Es decir, que en estos 100 días en los que íbamos a llegar a la inmunidad de grupo han fallecido 3.107 personas. De esas 3.107 personas, 540 eran mayores de 90, 937 eran mayores de 80, 753 eran mayores de 70 y 518 mayores de 60. O sea, de los 3.107 fallecidos 2.748 han sido mayores de 60 años, el 88%, casi todos ellos presuntamente vacunados. Nos dicen que ahora el COVID ataca a los jóvenes, pero desde aquella fecha sólo han muerto 11 menores de 30 años. Los datos oficiales resultan curiosos porque de hecho han desaparecido muertos respecto a mayo entre los menores de 5 años o entre los jóvenes de 10 a 19 años. En cualquier caso hablamos de que entre los menores de 20 años podría haber habido desde mayo menos de 5 muertos. ¿Existe entonces realmente una necesidad y una urgencia de imponer la obligatoriedad de una vacuna escasamente probada sobre este segmento de la población, que incluye hasta a los niños, cuando afortunadamente se están mostrando prácticamente inmunes a esta pandemia? Más aún cuando se nos está diciendo que los vacunados siguen siendo contagiosos, ¿cuál es entonces la lógica de imponer la vacunación, no digamos a los niños?
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Bien es cierto, por otro lado, que por una cosa o por otra no estamos en el nivel de fallecidos que hemos padecido durante olas anteriores. Podemos decir que el nivel de fallecimientos que aún padecemos es mucho mayor del esperado a estas alturas no ya en España sino en países como Israel, por lo que por tanto los resultados de la campaña de vacunación no se puede decir que resulten inapreciables ni despreciables, pero sí al menos un tanto decepcionantes. Asumíamos que el número de contagios podría subir pese a la vacuna, pero no así tanto el de hospitalizados y fallecidos.
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Sea como sea no se nos informa con claridad de la eficacia de cada vacuna. Si no se nos informa de los porcentajes de vacunados entre los ingresados y los fallecidos, como para informarnos de los porcentajes de ingresados y fallecidos de cada tipo de vacuna. Cuando nos ponen una vacuna y no otra, ¿es por ser la mejor para nosotros o porque sólo hay esa disponible? ¿Nos ponen tal o cual vacuna porque ya está comprada y pagada o porque es la mejor que nos pueden poner? ¿Cuál es la relación riesgo beneficio ante la vacuna para un anciano o para un niño? ¿No nos pueden explicar aún cuál es exactamente la eficacia de cada vacuna pero sí los riesgos que pueden tener a medio y largo plazo? ¿No nos decía la OMS hace 16 meses que no habría una vacuna segura antes de 18 meses? ¿Cómo de rápido avanza la vacunación y cómo de rápido avanzan las mutaciones? ¿No estamos bastante más seguros a estas alturas de que habría que dinamitar la OMS que del origen del COVID o la eficacia de las vacunas? Un gobierno que hoy dice blanco y mañana negro, o desaconseja la mascarilla para después hacerla obligatoria, o hace predicciones que resultan sistemáticamente incumplidas, ¿qué legitimidad tiene para obligarnos a vacunarnos o a no vacunarnos?
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Con todas las preguntas que cabe hacerse respecto a todo lo que sucede entra dentro de lo razonable tanto vacunarse como no vacunarse, y tanto más cabe preguntárselo cuanto más joven es la persona que se lo pregunta. Una cosa es ser negacionista, como el gobierno español y su corte mediática hasta el 9M de 2020, y otra tener dudas. Salvo las cacatúas del poder casi todo el mundo, vacunado o no vacunado, se encuentra ahora bajo el paraguas de la perplejidad y la incertidumbre. No seremos tan osados como para pretender saber exactamente lo que está sucediendo o para decirle a la gente lo que tiene que hacer, pero sí para sostener que es razonable tener dudas. Y que igual que frente a las enfermedades queremos vacunas y medicamentos que funcionen, frente a las dudas queremos libertad e información, no secretismo ni imposición.
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