Somos arrojados a la realidad, vivimos en un medio dado y en circunstancias particulares. Precisamente, la filosofía nos ayuda a asimilar la vida y a superar aquellas circunstancias inherentes a la realidad. Esto quiere decir, que la filosofía nace como un impulso vital ante la necesidad de buscar respuestas en el acontecer diario que, dicho sea de paso, estamos influenciados por el tiempo y su devenir. En efecto, el hombre se realiza en cada hecho concreto y desde allí únicamente se puede explicar. En tanto que no hay sistema, ideología o aspecto sociológico que describa al hombre, si no es a través de su propia realidad vital que se va haciendo en el acontecer y en una constante reflexión existencial. A lo anterior se suma que la realidad no se debe analizar por medio de un pensar meramente abstractivo sino existencial que, justamente, es concreto. A su vez, la existencia está influenciada por el Ser-Interior, esto es, la propia subjetividad que involucra los sentimientos humanos.
Pero ¿Cómo se procesa la vivencia ante el devenir de la realidad? Si lo analizamos desde una perspectiva existencial (como primacía filosófica) ajena a todo sistema de pensar meramente abstracto e idealista, la realidad será lo inmediato: como límite y circunstancia ante la apertura trascendental de la existencia. Por su parte, el proceso de la existencia será la superación de la realidad por medio de una búsqueda personal y un llamamiento en torno al “Ser” como fuente primordial y causa final de todo existente. Sin lugar a dudas, lo anterior equivale a buscar sentido y trascendencia para llegar, de esta forma, a la plenitud existencial. En este sentido, en la existencia hallamos a su vez dos categorías: la primera como “realidad-impotencial” que involucra la circunstancia y las relaciones objetivas. Y la segunda como “Ser-Trascendente”, hallándose por fuera del mundo empírico y fenoménico. A esta segunda categoría se accede por la toma de conciencia o autoconciencia reflexiva de mi propia vivencia; y, justamente, aquí estará el punto de partida de la filosofía que nos ayudará a encontrar respuestas y a superar, precisamente, la realidad que muchas veces se nos presenta como “impotencia” ante un “misterio”. De esta forma: el “Ser” será la guía para superar la realidad como límite circunstancial.
Pero sería grave apoyarnos únicamente en la existencia. Por consiguiente, descartando todo los sistemas filosóficos idealistas, una herramienta primordial será la metafísica (que estudia al ser en cuanto a ser en una relación objetiva y universal) como soporte y apoyo a la filosofía de la existencia. Sin embargo, no desde un punto de vista universal, sino desde una observación particular; mirando siempre al individuo concreto que no debe ser abstraído de su singularidad única e irrepetible que, desde luego, se enmarca en un tiempo y devenir especifico. De ahí que la mayoría de los sistemas filosóficos racionales, la sociología o la ideología fallan categóricamente al desvalorizar al ser humano, transformándolo en un ente abstracto y, consecuentemente, sublevándolo a la categoría de masa. En consecuencia, la modernidad se ha encargado de ello y no es menor que todo sistema totalitario, aun la democracia moderna, pisotee al individuo. No existe, por ejemplo, aquello llamado “Espíritu Absoluto” o la famosa “dialéctica” hegeliana tan usada en las ciencias sociales, puesto que se trata de un invento a través de un “sistema” de pensamiento para justificar la realidad. En todo caso sería el punto de vista del mismo Hegel en su visión “particular” de la realidad de la cual pretendió su universalización, ya que, ciertamente, fue aceptada y adoptada por la comunidad académica ¡vaya uno a saber por qué carriles misteriosos de la vida! Sin embargo, sería un pecado cargar contra todos los sistemas racionales y exaltar al individuo en su existencia concreta, como pretendió el padre del existencialismo cristiano Søren Kierkegaard; siendo, de tal forma, congruente con su vida, pues, su vivencia fue el objeto basal de su filosofía; en contrapartida a la mera abstracción sistémica que utilizo Hegel para desarrollar su análisis de la realidad.
Retomando la relación de la filosofía existencial y la metafísica cabe preguntar: ¿Cómo se vincula el Ser objetivo y universal de la metafísica respecto al Ser subjetivo y personal del existencialismo? Aquí, justamente, radica la dificultad de entrelazar estas dos categorías, es decir, entre el análisis de la realidad del mundo fenoménico, y, entre la vivencia de esa realidad para el “yo”-singular en relación a la subjetividad del individuo. Ahora bien, si el campo de la metafísica se enfoca en aquellas realidades suprasensibles; el existencialismo se ocupa de la realidad concreta (en términos metafísicos el acto de ser o existir: exsistere in actu excercito [1] enfocado al ser individual desde el punto de vista de la existencia [2]) y, por ende, vivencial. Pero no una vivencia a secas sino, precisamente, en conexión con aquellas realidades suprasensibles. Es así que, establecida esta íntima ligazón metafísica- existencial, “Mi-Yo” intenta descifrar al Ser a través de su propio camino existencial y, por tal motivo, la filosofía no queda en un campo meramente especulativo, sino que se encarna de lleno en la vida humana, con la intención de conciliar la “realidad” con la “trascendencia” que, como sostiene Karl Jaspers, la transcendencia es el “misterio de la existencia” [3]. En este sentido, una vez que se “despierta” esta búsqueda intuitiva del “Ser-Transcendental” se produce en cierta medida un alumbramiento de la existencia; no obstante, nuevamente la realidad se transforma en una barrera de aquella vivencia que busca captar lo trascendente y, en consecuencia, allí nace la “angustia” como “impotencia” (no como estado psicológico) o imposibilidad. Pero, al mismo tiempo, esta angustia en términos positivos es un motor existencial de búsqueda para no quedarnos, ciertamente, con los límites impuestos y, por lo tanto, será el punto de partida para la creatividad e indagación de la existencia y la posterior formulación de respuestas. En caso contrario, la “no-conciencia- transcendental” estará ubicado en relaciones meramente objetivas desde un punto de vista estético e inauténtico.
Así pues, el pensamiento naturalmente tiende a objetivar la realidad para dar certeza y seguridad; sin embargo, la lucha esta en integrar el “Yo-existencial” a la realidad; pero siempre buscando el camino de la transcendencia que, al fin y al cabo, se trata de un “misterio”. Y, en este camino, cabe una última pregunta ¿Nosotros llenamos el contenido del Ser como no objetivación cuando se trata de Transcender? Quizás, este interrogante sea sumamente complejo, puesto que excede el análisis propuesto. Pero, al contrario de lo que sostiene el filósofo francés Jean Paul Sartre cuando se refirió a que “el existencialismo es un humanismo”, sea menester negar tan equivoca alusión, pues, el existencialismo es, sin duda, la búsqueda de transcendencia como entiende Karl Jaspers; al revés de esto último, el existencialismo se convierte en un absurdo que nada aporta al hombre, a raíz de que se transforma en un simple moralismo de extravagancia y bohemia intelectual. En suma, buscar constantemente la trascendencia sea tal vez una tarea de nunca acabar pero que, sin lugar a dudas, vale la pena emprender su camino en la búsqueda de sentido a nuestras vidas; entendiendo la importancia superior que conlleva el existir.
Bibliografía consultada
[1] Maritain, J; Introducción a la Filosofía, ED. Club del Lector, Buenos Aires (Argentina) 1963, P. 166.
[2] Maritain, J; Introducción a la Filosofía, ED. Club del Lector, Buenos Aires (Argentina) 1963, P. 203.
[3] Joivet, R; LAS DOCTRINAS EXISTENCIALISTAS, ED. Gredos, Madrid (España), 1970, P. 308.