Ayer el gobierno central volvió a insistir en su intención de subir los impuestos en plena crisis para ajustar las cuentas públicas sin reducir el gasto. Con la hemeroteca que lleva a cuestas, el gobierno considera que hacer recortes sería un suicidio electoral, por lo que sólo contempla dos vías para controlar la situación: obtener dinero de Europa a fondo perdido y subir los impuestos. Como decíamos ayer mismo la vicepresidenta de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, proclamaron una vez más el propósito gubernamental de subir los impuestos lo cual justificaron en la menor presión fiscal de España respecto a otros países europeos.
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La idea de que la presión fiscal española es más baja que la del resto de potencias europeas y que por eso recaudamos menos y tenemos más déficit público es uno de los mantras progresistas con los que nos llevan bombardeando durante años, pero en realidad igualar los impuestos españoles a los europeos es una de las ideas menos progresistas que podría caberle a alguien en la cabeza.
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Es cierto que la presión fiscal de España es algo más baja (no mucho más baja) que la de países como Suecia o Alemania. Pero esto es lógico puesto que los suecos o los alemanes son mucho más ricos que los españoles, pretender igualar los impuestos sin igualar antes los salarios es un auténtico despropósito. No sólo es un despropósito, es algo totalmente injusto. Significa defender que los ricos no tienen que pagar más que los pobres, que los pobres han de pagar tantos impuestos como los ricos.
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En muchas ocasiones, pero se ve que quizá menos de las necesarias, se ha señalado la importancia de distinguir entre presión fiscal y esfuerzo fiscal. Si tomamos a un sueco medio que cobra 43.600 euros y a un español medio que cobra 27.500 euros, y a ambos les ponemos un impuesto del 50%, la presión fiscal es igual, pero el esfuerzo fiscal es tremendamente distinto. Al español tras pagar impuestos le quedan 13.700 euros en el bolsillo, mientras que al sueco le quedan 21.800. ¿Realmente hace falta explicar mucho más que el esfuerzo fiscal no es igual para los dos?
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Otro aspecto a tener en cuenta es que poner a un país rico y a uno pobre los mismos impuestos nunca va a dar el mismo resultado. Es decir, pensemos en un impuesto del 50% para todos los que cobran más de 50.000 euros, pero que en Alemania 3 de cada 10 personas cobran más de 50.000 euros mientras que en España sólo los cobra 1 persona de cada 10. Obviamente con el mismo impuesto Alemania recaudará 75.000 euros y España 25.000.
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Todo lo anterior significa que las ministras de este gobierno chavista-leninista están proponiendo abiertamente acabar con la progresividad fiscal, o directamente con la justicia fiscal, y poner a los pobres los mismos impuestos que a los ricos. Poner a los españoles los mismos impuestos que a los países más ricos de Europa es todo lo contrario de ser progresista. Pero aquí no es progresista el que hace cosas progresistas, sino el que más alto grita lo progresista que es.
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Además de injusta, por otro lado, la idea de subir los impuestos para salir de la crisis es un error reiterado y cansino con el que la izquierda vuelve a tropezar por enésima vez. Subir los impuestos durante una crisis termina de estrangular la economía, gripa el consumo, incrementa el desempleo y agrava la recesión, lo que además hace bajar los ingresos fiscales en vez de aumentarlos. Subir los impuestos en este momento es a la economía lo que fue a la salud convocar manifestaciones en marzo o decirle a la gente que no use mascarillas en abril. Tras fracasar estrepitosamente en lo sanitario, el PSOE y Podemos se encaminan a un fracaso calamitoso también en lo económico.
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2 respuestas
Por algo dijo Sir Winston Churchill que «Levantar una nación a base de impuestos, es como un hombre con los pies dentro de un cubo tratando de levantarse tirando del asa».
Pero claro, perdonen, solo a mi se me ocurre comparar a los Sánchez, Iglesias, Monteros o Calviños con el león inglés del eterno puro en la boca.
El sistema impositivo es el medio más legítimo a través del cual, el Gobierno tiene la potestad para subirnos o bajarnos el sueldo, con carácter general. Es un método mucho más legítimo que obligar a las empresas a pagar un salario mínimo. La pena es que ese y otros conceptos de economía no se enseñan en la escuela; es más rentable para los políticos adoctrinar en igualitarismo, ecologismo, feminismo, libertad sexual, nacionalismo o falsa solidaridad.
Mientras los ciudadanos no seamos conscientes de que cada subida de impuestos equivale a una bajada de salarios, el Estado podrá tratarnos como a súbditos en vez de como a ciudadanos libres.