Putin y el mito de la xenofobia excluyente polaca

Durante bastantes años, la progresía de turno nos vendía que la xenofobia y el odio hacia el extranjero eran habituales en países del extinto telón de acero como Polonia (básicamente, por no echarse en brazos del nihilismo posmodernista en la misma medida que Alemania, Suecia o los Países Bajos).

No solo se demonizaba su oposición a acoger a los llamados «refugiados» procedentes de Oriente Próximo, sino que también se llegaba a dar a entender que había actitudes de hostilidad hacia españoles que estudiaban, trabajaban o turisteaban por allí.

Sí, tan lejos llegaban en sus improperios. De hecho, soy capaz, por mí mismo, de desmontar totalmente esa falacia. He disfrutado como en casa y en familia por zonas polacas muy conservadoras, y puedo dar fe de que los polacos se interesan por la Hispanidad mucho más allá del fútbol, la costa y la gastronomía (el carlismo, la victoria en la Cruzada, el Descubrimiento de América…).

De todos modos, creo que los acontecimientos de los últimos días vuelven a darnos la razón. Me refiero a lo que ha ocurrido tras la decisión que ha adoptado el Kremlin, iniciando un conflicto bélico en Ucrania, que solo corrobora el ansia expansionista de Vladimir Putin.

Idealmente por recordar, no solo quisiera semejante sátrapa quedarse con Ucrania, sino tomar el control de otros países de Europa Central-Oriental como Polonia, Eslovaquia, Estonia, Letonia y Lituania. Es más, ha llegado a amenazar a algunos de los Países Nórdicos.

Pero la cuestión es que más de 100.000 ucranianos han cruzado ya la frontera y que la mayoría de ellos siguen poniendo sus pies en el país natal de San Juan Pablo II y San Maximiliano Kolbe. Sí, algo que ya muchos vinieron haciendo en 2014 y 2017 para continuar sus proyectos de vida a salvo.

Es más, cabe indicar que los polacos no se están alarmando por la presencia de más ucranianos en sus territorios. No solo entienden que son hermanos eslavos con necesidades, a los que perdonan la histórica rencilla del banderismo.

Ciertamente les tranquiliza el hecho de que los ucranianos no hayan dado lugar a ninguna clase de aumento de la criminalidad. Pero la cuestión es que han sido bastante proactivos, sin limitarse a ver los toros desde la barrera.

No pocos polacos han organizado, de manera absolutamente espontánea, planes para asistir a los puntos fronterizos con Ucrania tanto para transportar alimentos y prendas básicas como para recoger a estas personas y, en algunos casos, acogerlas en sus propios domicilios.

Ahora bien, volverá a insistir el progre de turno con el férreo control fronterizo que se llevó relativamente hace poco tiempo en la frontera con Bielorrusia, con la demonización de todas las instituciones globalistas y neosoviéticas.

Pero es que en esos puntos, lo que había eran masas de inmigrantes islámicos utilizados por la tiranía bielorrusa (aliada de Putin) para sembrar el caos en Polonia, poniéndola en tensión, ya que el multiculturalismo da problemas de inseguridad y pretende islamizar Europa.

Puede que también se pregunten si nos hemos vuelto defensores de las fronteras abiertas, mezclando la velocidad con el tocino. Pero insisto en que hay que distinguir entre la flexibilidad de criterio y la necesidad de saber cuándo defenderse.

El polaco, en promedio, sabe distinguir entre refugiado o necesitado e invasor o atacante. El islamismo es un peligro para la seguridad y la misma civilización europea (de hecho, renunciar a la Cristiandad por el nihilismo nos resulta también caótico y problemático en todas las dimensiones habidas y por haber).

Con lo cual, me congratulo, desde España, de que el faro moral de Europa nos haya vuelto a dar lecciones. En cualquier caso, con independencia de nuestros idiomas, la Verdad es solo una y el tiempo nos da la razón.

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