En la lista de las pequeñas grandes cosas que suceden todos los días en España, casi sin que nos enteremos, abrumados por la vorágine mediática, sin duda se puede contar una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que ha tumbado las restricciones de Ada Colau para que los coches de los pobres puedan entrar en Barcelona. O sea, la sentencia no dice exactamente eso, ni las normas “sociales” de la alcaldesa Colau, pero es el efecto que se consigue y lo que el tribunal ha considerado ilegal, con razón.
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🔴 ÚLTIMA HORA | La Justicia tumba el veto a los coches contaminantes en Barcelona https://t.co/heGEHvNuyI Informa @urisole pic.twitter.com/LE2TyCjtYM
— elDiario.es (@eldiarioes) March 21, 2022
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Desde luego estamos viviendo en un momento en el que habría que reconsiderar si se puede sacrificar todo, absolutamente todo, a la llamada transición energética, el mayor negocio del siglo XXI pero sólo en beneficio de algunos. A lo mejor habría que sopesar más cosas además de la ecología. El encarecimiento de la energía y el empobrecimiento de la población, por ejemplo. O la dependencia energética. Es decir, incluso asumiendo que haya que ir llevando a cabo una transición hacia energías menos contaminantes, no podemos dejar de considerar todas las demás cosas importantes que no podemos sacrificar en el altar ritual de la transición energética, ni tratar de imponer un ritmo y un coste de transición que arruine a los españoles.
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Decir que el que contamine que lo pague puede sonar muy bien, pero el efecto práctico es que los pobres no pueden comprarse coches con distintivo ecológico, pero tampoco pagar el diésel de sus vetustos vehículos. Llevar al extremo esta afirmación y la política que la sustenta implica en el mundo real que conduzcan los ricos, que coman carne los ricos, que sólo tengan cosas en propiedad los ricos. En nombre de la lucha contra el calentamiento global nos dicen que bajemos la calefacción y pasemos frío en los hogares. Parece que nunca vamos a pasar más frío en casa en invierno que con esto del calentamiento global, lo cual resulta bastante contradictorio e irónico aunque no tanto como que si sólo pueden conducir los ricos, o comer carne los ricos, o ser propietarios los ricos, sea el resultado de un discurso supuestamente “progresista” y “social”.
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— La Razón (@larazon_es) March 16, 2022
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Afortunadamente un tribunal ha pulsado el pause en esta cuestión, lo que al menos nos permite parar un momento a pensar. Miremos alrededor, veamos lo que está pasando, analicemos las consecuencias de las apuestas y las renuncias que se han hecho (fracking, nuclear) y recalculemos si queremos seguir por este camino o rectificar, o por lo menos si queremos seguir por este camino a la misma velocidad, o si es necesario introducir mecanismos de compensación, y si realmente el precio a pagar que estamos dispuesto a asumir es el empobrecimiento general de la población derivado del encarecimiento de la energía, para que a las ciudades sólo pueda entrar el vehículo eléctrico del rico que se lo pueda permitir o el coche oficial.
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Un comentario
Progresismo no es que sólo conduzcan por las ciudades los ricos, pero los progresistas son los más fáciles de engañar. Al fin y al cabo se han creído las mentiras más gordas.