Porque no somos capullos

Me llama la atención estos días un vídeo de Los Morancos en el que presentan su nuevo espectáculo, con el que quieren animarnos, porque “está en España la cosa que arde”. Razón no tienen y favor no hacen pequeño si lo que consiguen es animar a la población y darle un motivo de esperanza. Que no otra cosa es ese noble oficio de dibujar una sonrisa iluminadora en el atribulado rostro del respetable público.

Se dice, tal vez con ligera exageración, que la crítica social es inherente a la comedia. Pero no hay peor cosa que el panfleto, y el comediante que se precia lo sabe. No por ello desestimo que una situación como la actual no pueda ser retratada en clave de comedia, pero en todo caso, la materia es tan inminente que la ficción se asemeja demasiado a la realidad; y si en nombre de la realidad (¡precisamente en su hoy trágico nombre!) la ficción la desvirtúa, la comedia nos deja un extraño sabor de superficialidad.

En todo caso, me parece interesante que los Morancos se lancen a poner en tela de juicio la situación actual, con su carga política, porque de alguna manera, ellos, que se han caracterizado siempre por tener un sentido del humor más blanco que tendencioso, muestran lo que esperan agradará al pueblo. El bufón sabía que no podía ofender al rey, en ese atrevido oficio de hacerle una caricatura .

Cierto que al comienzo de este vídeo se denuncia sin reservas la gestión de la pandemia. “Parece ficción todo lo que sucede”, dicen las omaítas con un holograma de Pedro Sánchez entre manos, y piden que en lugar de Fernando Simón hable Íker Jiménez. Hasta ahí, no está mal. Pero he aquí que los humoristas sevillanos, en lo que no deja de ser un análisis de la realidad, dicen textualmente: “porque vemos que los que nos gobiernan / se dedican a echarse la mierda”; sale un Abascal (bandera española en los tirantes como Fraga) empeñado en poner otra moción de censura, mientras Pablo Iglesias le pregunta “¿Otra moción de censura con la que te dio Casado?”. Y el estribillo de la canción se decanta por el castigo en unas futuras elecciones: “pero en vez de robar bicicletas / protestemos con las papeletas, / y que aquí por lo menos que vean que hay orgullo, / porque no somos capullos”. Castigo merecido no para el Gobierno, sino para los políticos en general; el contexto da a entender que se zumba a todos.

Me detengo en este vídeo no con afán de enfocar el objetivo en los Morancos, sino en la carga ideológica que subyace en su análisis de la realidad. Porque, me temo, los Morancos, como versados humoristas, saben que éste es el análisis que hace una parte sustanciosa, al menos, de los españoles. En el momento en que escribo este artículo, el vídeo tiene más de 35.000 indulgencias y no llega a 800 pulgares al suelo.

Una buena parte de los españoles, entre los que, me temo, no están los que votarán al PSOE o a Podemos, quiere situarse en esa tierra del medio, no sé si para agradar o para no provocarse pequeños e inquietantes quebraderos de cabeza. ¿El problema de España es que ahora todos los políticos se dedican a echarse la porquería? Yo diría que no. Yo diría, más bien, que todo el bloque de izquierdistas, comunistas, nacionalistas y filoterroristas están más que conformes con este rumbo suicida, que se ha cobrado alrededor de 60.000 víctimas, enterradas ya en el olvido y ante las que Pedro Sánchez, ya no por nobleza, siquiera por superchería se ha persignado. Yo diría que el Partido Popular, con Pablo Casado a la cabeza y Cayetana Álvarez de Toledo a la cola, lejos de echar mierda al Gobierno ha justificado este estado de alarma ilegal de seis meses pidiéndole sólo dos; yo diría que el Partido Popular ha obtenido el difamante aplauso de un leninista confeso como Pablo Iglesias. Leninista que ha expresado en público su admiración por ese hacer política en la excepcionalidad de los nazis, según cuenta Federico Jiménez Losantos en su Memoria del comunismo, página 590:

La verdad de la política es la excepción. Por eso es tan fascinante lo que decían los juristas del Tercer Reich, con Carl Schmitt a la cabeza, que señalaban qué es el derecho: la voluntad del Fürher.

Y aún en televisiones y periódicos se atreven a hablar de fascistas sin referirse a este personaje siniestro, que está llevando a cabo paso a paso su plan de legislar en la excepcionalidad.

Y, dicho sea de paso, entre toda la marea negra de chapapote informativo, depuesta por expertos de buque fantasma (que no salen, precisamente, en Cuarto Milenio), hacer mención a las posibles comisiones del rey Juan Carlos I es inoperante. No hace gracia y no porque a los Morancos les falte potencial cómico, sino porque la ficción, en este caso, se aleja demasiado de la realidad. Persianas que bajan, impuestos que suben, emigrantes ilegales con permiso del Gobierno, ministerios de la Mentira, mercadeo de juzgados, promesas de bachillerato pa’ tos, un horizonte de ruina y ningún anuncio de ahorro: nadie se acuerda demasiado de Juan Carlos de Borbón, a no ser algún incondicional de izquierdas que necesita un motivo para abollar su sartén.

Y añadiría por último, incluso por hacer justicia al deseo que se expresa en el videoclip de castigar en las urnas a los políticos, que, con más o menos simpatía y acierto, ha sido Vox el único que ha pedido oficialmente que este Gobierno dejara paso a otro que convocara unas nuevas elecciones. No sé cómo se puede hacer de otra manera; podemos esperar sentados en el balcón aplaudiendo a los médicos si creemos a que Sánchez se bajará del trono antes de tres años. Protestemos con las papeletas porque no somos capullos, pero de ingenuos a capullos a lo mejor hay menos distancia de la que creíamos. Me temo que si el paradigma moranco tiene éxito, dentro de tres años las próximas elecciones van a tener el mismo valor que la democracia en Venezuela.

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Javier Horno Gracia

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