El alquiler de viviendas y la limitación de los precios máximos ha sido objeto de análisis en un interesante artículo del economista Carlos Medrano, en Diario de Navarra, señalando que las políticas de fijar un precio mínimo o uno máximo conducen a uno de estos dos desastres: los excedentes o al desabastecimiento.
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Que limitar los precios conduce al desabastecimiento y al mercado negro es un resultado de manual, extensamente comprobado a lo largo de todos los tiempos. Aunque el autor se remonta hasta los tiempos del emperador Caracalla, el ejemplo más reciente y significativo es el de Venezuela. Si el panadero no puede repercutir en el precio de la barra de pan lo que le cuesta la harina, deja de tener sentido hacer pan. Naturalmente se podría limitar también el precio de la harina, pero esto no resolvería el problema sino que lo multiplicaría. Para bajar los precios lo mejor es facilitar la gente pueda cultivar los campos, comprarse un carro, fabricar molinos o abrir panaderías. El día que Maduro empezó a limitar los precios de los artículos de primera necesidad la izquierda española aplaudió con las orejas. Venezuela iba a ser la prueba definitiva de que otro modelo económico era posible y el socialismo real funcionaba en el siglo XXI. No había que quitar el ojo de Venezuela y tomar la como referencia. Unos años después Venezuela sufre desabastecimeinto de todos los artículos básicos y la izquierda radical española dice que ya está bien de tanto hablar de Venezuela.
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Medrano también señala el error de marcar unos precios mínimos, lo cual también a conduce a otro desastre que son los excedentes de producción. Al fijarse un precio mínimo para la producción de leche, con el fin de ayudar a los ganaderos, Europa empezó a ver cómo le salía leche hasta por las orejas. Se creó una burbuja de la leche, literalmente, porque los ganaderos empezaron a producir sin tener que preocuparse por la demanda ni por que bajaran los precios, al haber un precio mínimo marcado por el estado. Se dedicaron por tanto recursos absurdos a generar una leche por un lado, y a mantener el precio por otro, por un producto que después se arrojaba desde cisternas a las cunetas. El mecanismo al final, por lo demás, es el mismo para el pan, la leche o los pisos.
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El debate y la demagogia sobre los alquileres recuerda también un artículo de Francisco Cabrillo significativamente titulado “Si no hubiera desahucios no habría alquileres”. Y es que, por dramático que sea un desahucio, si se ponen trabas al alquiler de pisos baja la oferta de pisos, suben los precios y aumentan los desahucios, en vez de bajarlos. Y si no se puede desahuciar al inquilino moroso de un piso eso es poner trabas al alquiler. Si además no se puede desahuciar a un inquilino moroso, el propietario aparte de subir el precio porque aumenta su riesgo limitará su oferta sólo a inquilinos que le puedan garantizar mayor solvencia, de modo que los primeros perjudicados son las personas en busca de alquiler que tienen menos recursos. De este modo, una vez más, nos encontramos con que quienes más parece que se indignan por los desahucios, por los precios de los alquileres y por la gente en realidad, son quienes más agravan con el problema con sus políticas populistas y quienes más perjudican a la gente en realidad.
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Queda por fin preguntarse si quien realiza todo este tipo de propuestas realmente sabe o no que va a agravar el problema que dice intentar resolver. Porque es posible que sepa que lo va a gravar, pero lo que quiera no es resolver el problema sino ganar votos. Y aunque el resultado económico posterior pueda ser un desastre, eso sí que lo puede conseguir.
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Un comentario
Al final, como siempre, todo se reduce a la libertad, en este caso económica: yo compro, alquilo o contrato lo que me interesa y, después, lo que pueda. De lo contrario, me tendré que buscar otra solución, pero no acudir al Estado a que resuelva mi problema endilgándoselo a otro.