Este domingo día 12 de junio, los polacos fueron citados a las urnas para con motivo de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales cuya primera ronda se celebró en las vísperas de la festividad católica de San Pedro y de San Pablo.
Tanto estas dos últimas semanas como la observación de los datos escrutados ha sido muy tensa, dado que no estaba muy claro quién iba a ser el ganador. De hecho, siempre se daba un estrecho margen de diferencia que también «corroboraban» las casas de apuestas.
Pues bien, con el 99’97% del voto escrutado, los resultados habrían confirmado la victoria del conservador Andrzej Duda (que continuaría un lustro más ostentando la jefatura del Estado de esta república eslava), con 51’21% de voto escrutado frente a un 48’79% del «progre» Rafal Trzaskowski.
Con estos datos se puede concluir que existe una mayoría electoral que, en un proceso con una alta participación, ha preferido que la Presidencia de Polonia no suponga un balón de oxígeno para el establishment y demás élites transnacionales, globalistas y revolucionarias.
Esto también significaría que no se habría enviado al mundo el mensaje de que existe una gran indignación a traducir como reivindicación de la adopción de postulados del totalitario lobby LGTBI, avance en la «eurointegración soviética» y mayor desprotección del no nacido.
Ahora bien, ¿se trata de la interpretación correcta?
El PiS habría ganado, con un buen toque de atención
Andrzej Duda solo habría ganado en los voivodatos más conservadores, tradicionales y religiosos (a grandes rasgos, la mitad oriental, en zonas como las de Lublin, Subcarpacia y Pequeña Polonia). Pero esto no es nada extraño ya que existe una diferencia sociológica algo considerable entre dos mitades del país.
No diría, por lo tanto, que ha fracasado estrepitosamente (sería una afirmación injustificada y absurdamente pretenciosa). Pero que el candidato centro-izquierdista Rafal Trzaskowski (socio de Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso) no haya escapado tan mal no se debe necesariamente a que haya un boom de «progres».
El motivo de lo mencionado al final del párrafo anterior, como ya se vaticinaba y se ha podido corroborar al hacer una monitorización de redes sociales (a fin de hacer un estudio de la opinión pública) y contrastar opiniones, a parte de la derecha conservadora-libertaria polaca.
Bien teniendo en cuenta el escaso margen de maniobra del presidente del país, algunos estarían dispuestos a votarle con la nariz tapada, con la esperanza de un bloqueo político (cierto es que “cuanto menos se gobierne, mejor”) o buscando la mera reprensión, ha existido un voto de castigo.
Sé de muchos polacos que, siendo católicos coherentes y convencidos, han votado a Trzaskowski, como señal de indignación ante el calado intervencionista de las medidas económicas del partido de gobierno, Ley y Justicia (PiS): subidas de impuestos y de gasto, burocracia y rigidez laboral.
También es cierto que el PiS ha tenido gestos no muy buenos con determinadas asociaciones conservadoras y tradicionalistas así como tampoco con formaciones opositoras como la coalición nacionalista-paleolibertaria KONFEDERACJA.
Incluso cabe recordar que la mayoría social católica polaca se ha sentido traicionada en tanto que el PiS llegó a poner muchos palos sobre las ruedas durante los últimos años a determinadas reformas legislativas pro-vida (también se mantiene al país en la Convención de Estambul).
Una estrategia de voto de castigo comprensible pero equivocada
Eso sí, si bien comprendo la ausencia de malicia en la estrategia de algunos votantes en cuya posición ideológica me hallo, yo insisto en que no ha sido acertado intentar castigar en este contexto de segunda vuelta a Andrzej Duda.
Insisto en que comprendo a esas proporciones de votantes de Krzystof Bosak y Stanislaw Zoltek (este último fue un candidato conservador independiente), pero el problema de Trzaskowski no responde, como se puede obviar, a ninguna cuestión de puridad de «dereita dura».
El actual alcalde de Varsovia no es un verdadero partidario de la libertad económica y la desregulación de los mercados. Pero es que, peor aún, es un férreo defensor de la ideología de género (el año pasado desencadenó reacciones familiares) y del multiculturalismo.
Su victoria habría supuesto un balón de oxígeno para las élites globalistas, eurosoviéticas y progresistas así como para el lobby LGTBI, dado que intentarían hacer interpretar que una mayoría de polacos estaría rompiendo con el «siniestro y oscuro conservadurismo ultracatólico».
Por lo tanto, uno puede sentirse aliviado por no haber caído su segunda patria en manos de un «progre» de ese calado, pero confía en que la oposición de KONFEDERACJA y ciertas asociaciones de referencia hagan lo suyo y agradecería que el PiS recapacitase respecto a sus políticas.
Un comentario
Y el idioma polaco, ¿Es muy complicado?