Aunque en el titular aparece como afirmación, tal vez debiéramos haberlo formulado como pregunta, en todo caso es una buena pregunta: ¿por que el presidente y el vicepresidente no se ponen la vacuna los primeros? La ministra portavoz, María Jesús Montero, declaró hace un par de semanas que los miembros del gobierno estarán encantados de vacunarse, pero no los primeros sino “cuando nos toque”. ¿Qué significa eso? ¿Un pequeño alarde de igualdad o de cobardía?
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El hecho es que una parte importante de la población desconfía de las vacunas, ya sea porque nos dijeron que para cumplir con todos los requisitos hacían falta 18 meses y se han convertido en 9, ya sea porque algunas de las vacunas utilizan nuevas tecnologías genéticas no probadas y más allá de la compresión de la inmensa mayoría de los ciudadanos, ya sea porque la eficacia de las otras vacunas parece menos clara, ya sea porque la desconfianza en los gobiernos y sus permanentes maquinaciones corre en muchos casos paralela con la desconfianza en las vacunas. ¿Cómo inyectar confianza en la población antes de ponerse a inyectar vacunas? Una forma sencilla sería que los gobernantes fueran los primeros en vacunarse. Como ya dijo alguien al respecto, si todo sale bien ganamos todos y si sale mal tampoco perdemos mucho.
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En los EEUU, sin ir más lejos, Obama, Bush y Clinton ya han anunciado la decisión de vacunarse inmediatamente para infundir confianza a la población sobre la vacuna. Boris Johnson parece que también pretende vacunarse en directo en televisión, para que todo el país pueda verlo. ¿Qué pasa con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias? Ni están ni se les espera. Desde luego su caso no tiene nada que ver con la igualdad o con esperar su turno porque no se trata de repartir dinero, sino un medicamento sobre el que existe desconfianza. Si tanto les preocupa la igualdad, que abandonen el aforamiento, el Falcon y la escolta policial de Galapagar. Ya sabemos todos que no son iguales y si es por eso que se pongan los primeros la vacuna con toda tranquilidad. Al no correr a ponérsela lo que hacen es aumentar la desconfianza de los que ya desconfían. Da la impresión de que su escasa prisa en vacunarse implica que ellos mismos tienen sus dudas.
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A este respecto cabe destacar la figura de las decenas de miles de voluntarios de unas y otras vacunas que se han jugado su salud para probar para el resto de la humanidad la seguridad y eficacia de dichas vacunas. Al otro extremo de la escala de todos esos voluntarios tendríamos a nuestros gobernantes bienamados. De hecho, entre todos los miles y miles de voluntarios sobre los que se han probado las vacunas, ¿cuántos eran políticos? Si se hubieran aprovechado de su poder para que se experimentara sobre ellos, seguramente les habríamos perdonado, cuánto más cuando se están aprovechando constantemente de su poder para hacer cosas que a los ciudadanos no nos reportan ninguna utilidad ni beneficio.
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