La muerte del estrambótico tirano norcoreano, Kim Jong-il, pone en evidencia algunas de las patologías de un estado que se autodefine como republicano, socialista y laico. De hecho, una de las noticias llamativas en el día de ayer era cómo la última escalera por la que el gran líder había subido se convertía en objeto de culto.
El culto a la persona del dictador es en realidad un denominador común de muchos regímenes autoritarios. Lo que demuestra que la eliminación pública del culto religioso a veces no implica más que el desplazamiento del culto hacia el terrenos de lo político. Es más, en el caso de Corea del Norte el culto público al líder incluso es obligatorio.
Como en una monarquía
Otro aspecto significativo del peculiar régimen socialista norcoreano es que, aunque oficialmente es una república, la sucesión en el poder es dinástica. Así, el finado Kim Jong-il será automáticamente sucedido por su hijo Kim Jong-un. Todo muy republicano.
Ni todas las monarquías son malas, ni todas las repúblicas buenas
Aunque el caso de Corea del Norte resulta evidentemente pintoresco, la conclusión de las noticias que se van sucediendo con ocasión de la muerte de su líder es que el establecimiento de un cierto tipo de régimen ni conjura ni suscita algunos males sólo por sí mismo.
Un comentario
Pues nada, montamos unos Erasmus republicanos y mandamos a tanto rojo canso a disfrutar del paraiso republicano y comunista, y luego que vuelvan para contarlo. Si pueden. O si vuelven.