Cada uno tiene sus expresiones y palabras favoritas. Al menos para mi, y dentro de la inmensa riqueza de la lengua española en lo que a improperios se refiere, tontolaba es una de ellas.
Tiene su uso sarcástico, simpático, y hasta cariñoso cuando va acompañado por alguna palmada en la espalda. Pero por supuesto es totalmente demoledor y definitorio cuando se dirige a quien responde y asume toda la profundidad de la palabra: Tonto inmisericorde integral. No busque expresiones groseras ni soeces y pruebe a usarla con lentitud, pausas silábicas, entonación de barítono (o contralto), y sobre todo con la seguridad y aplomo de quien no deja lugar a dudas que es merecedor de este anti-elogio. No hace falta más. No eleve el tono ni busque más adjetivos. Y sea esta su última imprecación a modo de punto final.
Su origen y etimología hay que buscarla en el roscón de reyes. Y es que la fiesta del rey del haba (o de la faba) tiene su origen en la corte francesa donde ya consta que en el siglo XI se celebraba en torno a la Epifanía. Se escondía un haba en un gran roscón de reyes y se repartía entre niños pobres, y al que le tocaba el haba era coronado como Le Roi de la Fave durante ese año además de recibir regalos. Tradición que por cierto entró en el reino de Navarra con los teobaldos (dinastía navarra de origen francés) donde se celebró durante siglos. En 1920 la fiesta fue recuperada en Pamplona y se sigue celebrando hoy día en torno a la fecha de Reyes.
Sin embargo, el famoso roscón tuvo en España su propia evolución. Además del haba, se empezó a introducir en el roscón alguna moneda o alguna figura. De tal modo que quien recibía la moneda era el afortunado, y al que le tocaba el haba -el perdedor-pasó a ser el que PAGABA LA FIESTA, o al menos el roscón. De ahí la expresión el tonto-del-haba, o simplemente tontolaba.
En conclusión y bajo nuestro punto de vista, tenemos dos acepciones:
- Tonto inmisericorde integral digno del mayor de los desprecios
- El pardillo con mala suerte que paga la fiesta
En la España de paripés presidenciales, de La enfermedad del poder y el síndrome de Hubris , la inmensa mayoría tiene un serio y supremo candidato finalista que merece nuestro epíteto en la primera acepción del vocablo.
Sin embargo, al conocer la segunda acepción te recorre un escalofrío mientras piensas ¿quién paga la fiesta?. Se te pone cara de tontolaba de baja intensidad con mala suerte.
Pese a todo, respiras aliviado como el chiste de la fea y el borracho, porque a ti se te pasa.