O libre mercado o (pelagiana) miseria absoluta

Pese a la histeria colectiva que aún yace, a cuento del no oficialmente denominado como «virus chino», la preocupación por el avance de la Revolución y los males a ponerse en marcha desde las esferas políticas no se desvanece de las mentes de algunos de nosotros, que si bien entendemos que no viene mal distraerse y desconectar, tampoco queremos bajar mucho la guardia.

De una u otra forma, seguimos sufriendo los latigazos y las palizas del socialismo imperante en sus muy diversas modalidades. Nuevos impuestos, nuevas restricciones a la libre circulación, nuevos apartheids, nuevas partidas de gasto, nuevas estrategias de ingeniería social orientadas a alterar la cadena trófica o el consumo, nuevas ideas para monitorizar y potenciar el control sobre la población…

Vemos que en algunos países europeos como Francia y Reino Unido hay un fuerte movimiento (también hay importantes acciones en puntos como Alemania, Eslovaquia y Polonia) contra una dictadura sanitaria cuya crítica no implica negar una realidad patogénica procedente de Wuhan, sino cuestionar unas directrices promovidas por un partido comunista oriental.

Del mismo modo, no solo hay quienes escapan de la socialdemocracia reforzada de California, Nueva York, Asturias y Extremadura, sino que también hay quienes siguen haciendo lo que pueden por evadir el hermetismo de China y Corea del Norte. En Hispanoamérica sigue habiendo importantes esfuerzosla tensión en Cuba ya es bastante fuerte (no parece que se vaya a resistir más).

Esto debería implicar una sencilla conclusión: que el socialismo es un fracaso en todos los sentidos, que no conviene respaldar. Pero hay quienes creen que el hecho de que no todo tenga clasificaciones binarias en esta vida implique que haya una especie de «tercera vía» entre el Bien y el Mal, entre la justicia y la injusticia, entre la vida y la muerte terrenal.

No es cuestión de ser «purista» ni de creerse poseedor de la «verdad absoluta», pues aunque alguien coincida contigo, siempre va a haber alguna heterogeneidad (nada es absolutamente homogéneo, lo cual es lógico ya que por naturaleza, la acción humana no fue concebida ni establecida en base a un absurdo patrón único de razonamiento y discernimiento).

Tampoco voy a teorizar en profundidad en este artículo, que más bien es un desahogo razonado y mesurado. Pero hay que decir, para empezar, que el estrangulamiento que es característico a la planificación centralizada es tan dañino, en mayor o en menor medida, como el que pueden sufrir los nervios, los vasos sanguíneos y las vías respiratorias de nuestro organismo.

Todo lo que toca el intervencionismo estatal acaba en mal estado. Economías quebradas y arruinadas, empresas en bancarrota, despidos masivos, dificultades para encontrar empleo, despoblación considerable, conflictos sociales y familiares, problemas de salud fisiológica y mental como consecuencia indirecta de estas políticas, etc.

Al mismo tiempo vemos cómo, de una u otra manera, se pretende socavar la libertad de conciencia al tratar de establecer al Estado (moderno) como deidad artificial y cosificar al individuo, reduciendo su dignidad humana y su valor como tal, lo cual va más allá de considerarlo como un súbdito subsidiado (tienen que ver con esto las políticas favorables a la llamada «cultura de la muerte»).

Con lo cual, no tiene sentido encontrar legitimidad en algo que es letal, no solo en lo económico. Pero no basta con «negar ser socialista», sino con negarse a aprobar las técnicas que implica llevarlo a la práctica, en mayor o en menor medida. Del dicho al hecho hay un trecho y, como se dice en el Evangelio de Mateopor sus frutos les conoceremos.

El socialismo es una letal, lesiva, impía y criminal estrategia de subversión del orden divino (habrá quienes lo avalen por ignorancia o desconocimiento de la economía, pero no pasa nada, pues lo que se condena es el pecado, habiendo de tener caridad y evitar las actitudes soberbias hacia quienes de una u otra forma pueden estar equivocados).

El problema se da si uno se obceca con medidas que distorsionan el orden natural (da igual que se trate de menoscabar cuestiones intrínsecas a la subsidiariedad como la descentralización, la autonomía familiar y la libertad curricular o de algo que, dicho de otra forma, no solo es intrínseco a ese principio, sino algo natural y espontáneo, propio de la acción humana, como es el libre mercado).

La cuestión socialista, tanto en el corpus teórico como en su puesta en práctica, no deja de suponer la puesta en marcha de una compilación de pecados capitales. Asimismo, como sabemos, a fin de sacudir conciencias, hay que recordar que la negación del pecado original (junto a la de la gratuidad de la gracia divina) es una herejía condenada por la Iglesia, conocida como pelagianismo.

Esto también conviene decirlo porque muchas veces quien más habla es quien menos debería decir sin pensar. Sí, también recordamos que hay muchas manifestaciones de ese yugo contradictorio en el que están atrapados quienes defienden el socialismo (acaban beneficiándose de la libertad de elección que tanto critican).

Ergo, si estamos tratando de combatir el Mal y otros frutos de la Revolución, no conviene descuidarnos y convertirnos en tontos útiles de estos. Hay que tener coherencia en nuestro día a día y, si defendemos el orden natural y la fortaleza de la sociedad, no conviene dar rienda suelta a lo que de una u otra forma acaba destruyéndolo.

Lo contranatural puede fracasar, y así ocurre con el socialismo. La libertad de mercado es algo natural, tradicional, moralmente cristiano y espontáneo, que permite a la sociedad prosperar en todos los sentidos. La ruina socialista no solo es económica, sino moral, social, familiar y espiritual. Y sí, el Estado es el anticristo, y tiene un trasfondo demoníaco.

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